Gonzalo Gragera (Sevilla, 1991) alterna su faceta como poeta —que en 2017 le valió el Premio Poesía Joven de Radio Nacional de España— con su labor como comentarista político en el diario The Objective. Aquí, disecciona para Elliberal.cat asuntos candentes como el asalto trumpista al Capitolio, los indultos al separatismo en Cataluña o la legitimidad de la prostitución.
Diversas voces han subrayado las coincidencias entre el asalto al Capitolio por parte de los seguidores de Trump y el otoño catalán de 2017 o el «rodea el Congreso» de 2012. ¿Qué tienen en común?
Pues intuyo que ambas son manifestaciones que vienen provocadas por líderes políticos que buscan la agitación popular para dar imagen de un apoyo social que no han logrado en las urnas, o que no pueden lograr por los cauces formales de la democracia representativa y liberal. Por otra parte, estas analogías son de partida. Los hechos que se derivan de estos tres sucesos creo que deben analizarse en un contexto propio.
La candidata de Junts per Cataluña a las próximas elecciones catalanas, Laura Borràs, fue una de las firmantes del manifiesto Koiné, que definía a los castellanohablantes en Cataluña como «instrumentos involuntarios de colonización». ¿Se puede gobernar para todos con esa concepción de la mitad de la población?
Creo que es evidente que no. Y ya no es cuestión de sesgo partidista o ideológico —necesario incluso en la gestión política de una democracia—, es que ese comentario contiene altas dosis de xenofobia. De discriminación. Supongo que no se puede considerar «colono» a quien comparte tu nacionalidad, tu historia y tu cultura. Pero tal como está la cosa no sé si es mucho suponer.
«En el ‘procés’ se han condenado maneras de proceder, no ideas políticas»
Pese a que el año pasado el PSC apostaba por flexibilizar el monolingüismo vehicular en las escuelas de Cataluña, recientemente ha votado en el Ayuntamiento de Barcelona rechazar la sentencia del TSJC que obliga a que el 25% de la enseñanza se imparta en castellano. ¿Es una postura congruente?
Parece que el PSC siempre deambula en esa ambigüedad, así que en cierto modo es una decisión congruente. Sus motivos, electorales, tendrán. No sé si es por ese cliché cultural de la izquierda respecto de lo que se suelen llamar nacionalismos periféricos. En cualquier caso, creo que convendría revisar esos criterios, hoy día, tan desfasados.
Según ha afirmado recientemente Pedro Sánchez o el candidato socialista al 14-F, Salvador Illa, «todos somos culpables de lo ocurrido en Cataluña». ¿Están en lo cierto?
No sé muy bien a qué se refiere con «lo ocurrido». Tampoco con «todos». ¿Políticos? ¿Electores? ¿Ciudadanos? En cualquier caso, quienes no respetaron los procedimientos democráticos y el principio de jerarquía normativa fueron los que todos conocemos.
¿Y está de acuerdo en que los indultos servirán para «aliviar tensiones», como señaló el ministro Ábalos?
Entiendo que no. Y más aún cuando, según leo, no hay ninguna intención por parte de los condenados de desistir del modo en que quisieron imponer sus aspiraciones políticas. Porque aquí, claro está, se han condenado maneras de proceder, no ideas políticas.
«Lo asambleario supone una idea romántica y adolescente —a veces incluso infantil— de entender la vida política»
El brexit ha dado alas a los nacionalistas escoceses, que reclaman un segundo referéndum de secesión para no abandonar la Unión Europea. Pero, ¿son los referéndums útiles para solventar problemas políticos?
Depende del problema al que queramos enfrentarnos. Si lo que queremos es decidir en qué día situamos un festivo local, pues, bueno, bien. Pero creo que hay una serie de materias que tienen que reservarse para el debate parlamentario y para el poder ejecutivo. Lo asambleario supone una idea romántica y adolescente —a veces incluso infantil— de entender la vida política.
Una de sus últimas columna lleva por título ¿Hay republicanos en España? ¿Cuál es la respuesta?
Creo que sí, que los hay. Aunque son una minoría. Lo que normalmente me encuentro por republicano es quien considera que la república es un sistema ideológico, y no político. Todo este error conceptual creo que tiene una explicación, que sospecho que encuentra su origen en la guerra del 36 y en la propaganda del régimen franquista. Se asoció lo «nacional» al «Movimiento», defendido, aunque en diferentes gradaciones, por fuerzas de derechas y fascistas —conservadores de la época, falangistas, carlistas, monárquicos desencantados— quedando la República como un Estado donde no hubo más sensibilidad que la del frente popular. Y hay hechos, partidos, líderes políticos, que demuestran que no fue así. Me sorprende que aún arrastramos esa noción tan maniquea y simple.
Entrevistado en ABC, Santiago Abascal ha asegurado que «Vox jamás ha hecho una acusación racista». ¿Debemos creerle?
Se percibe, de muchas de sus declaraciones, y de su retórica, una defensa de lo nacional, de lo nuestro frente a otros a los que da la sensación de que se les trata con displicencia, incluso como adversarios o enemigos. No hay más que leer los comentarios tuiteros de Rocío de Meer sobre los menores extranjeros no tutelados, o afirmaciones de Abascal como la que pronunció en su intento fracasado de moción, cuando dijo que oligarquías degeneradas estaban convirtiendo a las naciones en «estercoleros multiculturales. Pues, hombre, a ver. Algo de acusación racista podemos dilucidar ahí.
«Con la cultura de la cancelación se ha censurado sin dar más argumentos que el de ‘pollavieja’, ‘cuñado’ y demás etiquetas»
Feministas como Cristina Fallarás han afirmado que los hombres que recurren a prostitutas «pagan por violar». ¿Puede considerarse así?
Entiendo por violación cuando hay intimidación, falta de consentimiento de la víctima, violencia. En ese sentido, mientras haya consentimiento, y por supuesto no nos encontremos en una situación de coacción por parte de un tercero, no sé si es apropiado hablar de violación. Hacer de la sexualidad una relación laboral me sugiere otros debates, morales, éticos. No obstante, si hay consentimiento libre entre las partes —en concreto en una parte—, reitero, no considero propio el término violación.
El cómico inglés Rowan Atkinson ha comparado la cultura de la cancelación con una «turba medieval buscando alguien a quién quemar». ¿Exagera?
Bueno, no es una turba medieval, son lectores, tuiteros, etc, coetáneos a nosotros. Y quemar es cierto que no se ha quemado a nadie. Sí se ha censurado, se ha marginado por ideas, se ha despreciado sin más motivo que el de opinar desde otros ángulos. Y por lo general sin dar más argumentos que el de pollavieja, cuñado y demás etiquetas.