Los tópicos aplicados a sujetos colectivos no son antropología sino materia de chiste. Aunque pueden contener algo de verdad. Por ejemplo, decir que los suizos son muy educados y puntuales debería considerarse —sobre todo ahora, en tiempos de la dictadura del lenguaje políticamente correcto— una falta de respeto a eventuales suizos mal educados e impuntuales, pero si uno piensa hacer negocios con un suizo le conviene presentarse a la hora convenida. Lo más probable es que el suizo sea puntual.
Lo mismo pasa con el tan traído y llevado seny catalán, que no es otra cosa que el sentido común, que existe, mejor o peor llevado, en todas partes del mundo. Ya se sabe que el sentido común es el menos común de los sentidos, y en Cataluña también. Pero sucesivas generaciones de políticos, de cualquier tendencia, han venido aquí a pescar votos apelando al sentido común de los catalanes, pensando que es lo que estos más agradecen. Más bien no: suena a frase rancia y vacía emitida por alguien a quien no se le ocurre nada original que decir. Y sin embargo ningún catalán se considera chiflado ni atolondrado; en el fondo, y aunque le cueste reconocerlo, prefiere sentirse ligado al seny que a la utopía.
Por poco que uno piense en el asunto, deberá convenir que no son los territorios sino los individuos quienes tienen sentido común, o carecen de él. Como característica identitaria no da mucho de sí. La presunta alternancia entre seny y rauxa no es tanto cuestión de tener un carácter nacional inestable como de ciclos históricos. En todas partes se alternan los períodos de sosiego y de agitación, de enfrentamientos y de pactos. Ahora, después de una década durante la cual han tenido la primacía las voces que instigaban el conflicto con el Estado —con qué alegría se hablaba de «choque de trenes»—, es lógico que ganen terreno las apelaciones a recuperar el sentido común. Y no sólo por desengaño, por frustración o por agotamiento; percibir a largo plazo la persistencia de las crisis originadas en la pandemia, inevitablemente incita a cambiar las prioridades.
Contra la crispación
Mariano Guindal, en la Vanguardia, hace un anuncio, tal vez prematuro: Vuelve el ‘seny’ català (sic). Y esa vuelta cree percibirla en el anuncio de la candidatura de Salvador Illa a la presidencia de la Generalitat. El carácter aparentemente tranquilo del aún ministro de Sanidad choca bastante con los políticos procesistas, que parecen competir por el premio al desequilibrado del año, pero eso no será suficiente. Illa volverá a Cataluña cargado con el lastre de la gestión cuestionable de una pandemia que está lejos de estar controlada.
«La crispación, la ausencia de seguridad jurídica, el enfrentamiento de una población dividida por la mitad no funciona ni aquí ni en ninguna parte. La unidad hace la fuerza y los catalanes necesitan sumar para poder adaptase al nuevo mundo que nos ha dejado la pandemia.» Nada más sensato, pero el movimiento por la independencia ha situado la política catalana al otro lado de la sensatez. Todos estos años dedicados al enfrentamiento estéril, el insulto gratuito, la polémica sin conclusión posible y las hojas de ruta que no llevan a ninguna parte han supuesto una guerra de desgaste interno que a todos perjudica y a nadie beneficia, pero se han convertido también en una costumbre para una parte importante del electorado. La cuestión que se va a dirimir en las próximas elecciones es cuánta gente va a querer salir del círculo vicioso en que se han metido.
Guindal avanza acontecimientos: «El efecto Illa de momento ha sacado a la comunidad catalana del callejón sin salida en que se encontraba metida: los independentistas enfrentados entre sí y a su vez con el resto de los partidos constitucionalistas.» Ni hemos salido todavía del callejón ni el sentido común tiene la fuerza necesaria para que el raciocinio recupere el terreno perdido ante la fantasía. La fuerza de un candidato, por bueno que sea, y eso está por ver, no será suficiente: hará falta también que muchos medios de comunicación catalanes abandonen el simplismo de combate que les caracteriza y que una manera de ver las cosas, más prudente y desapasionada, se imponga en la opinión pública.
Ciertamente, siendo virtudes y defectos características de los individuos que componen los pueblos y no características de estos, se dan en Catalunya al tiempo que en otras partes, muy frecuentes casos de “seny” entre la población.