Si hace décadas muchas mujeres trataban de alejarse de la etiqueta de ‘feminista’, hoy la actitud es otra. El feminismo campa orgulloso en la cultura popular, es utilizado como estrategia de marketing y hasta es reivindicado, con su justa dosis de superficialidad, en el plató de Sálvame. Hoy ya sabemos que el feminismo está bien y que es algo molón. Se lo aplaudimos a Ana Botín, a Bad Gyal, a Kamala Harris y a los personajes de la serie Veneno. Lo que ocurre ahora es que, de un tiempo a esta parte, muchas personas que se reconocen a sí mismas como feministas se están distanciando de ciertos dogmas acaecidos en el movimiento feminista.
Quienes disienten ante determinados eslóganes o códigos de conducta impuestos por determinados grupos feministas ni están locas ni son unas traidoras. Un feminismo que rechaza, invisibiliza o no respeta la disidencia está condenado a convertirse en una fuerza totalitaria, en un panfleto dogmático. El desacuerdo no puede entenderse como una renuncia a la igualdad entre los sexos o como una muestra de escaso compromiso con el activismo feminista. Somos muchas las personas que estamos cansadas de mensajes generalizadores e infantiles, que poco aportan, sobre problemáticas complejas.
Uno de los fenómenos sobre el que el feminismo actual no ha sabido dar una respuesta objetiva y efectiva son los asesinatos y agresiones a mujeres en el ámbito de la pareja o ex pareja. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la violencia contra las mujeres es un problema de salud pública. Una revisión sobre el homicidio a nivel global y en el ámbito de la pareja realizado en 66 países señaló que al menos uno de cada siete homicidios en el mundo y más de un tercio de los homicidios de mujeres son perpetrados por una pareja (Stockl et al., 2013). Otros estudios (Bourget, Gagné y Moamai, 2000) señalan que las mujeres tienen 6 veces más riesgo de ser asesinadas por su pareja que por un extraño.
En general, el feminismo ha tratado de dar una explicación simplista a la violencia contra las mujeres: ‘a las mujeres nos matan por serlo’ o, dicho de otro modo, ‘nos matan por machismo’. Según estas voces, la causa de los femicidios responde exclusivamente a una motivación ideológica, derivada de un contexto social y político donde se impone la dominación masculina y la jerarquía entre los sexos. Sin embargo, este relato, además de caer en el esencialismo biológico, pronostica un mensaje perverso al interpretar que las mujeres son víctimas por el odio que su sexo biológico despierta en el contexto sociocultural. Si bien la misoginia comprende una larga historia (Holland, 2010) y existen violencias específicas contra las mujeres (El-Bushra y Piza López, 1993), es urgente revisar y confrontar esta explicación si queremos prevenir la violencia contra las mujeres (incluidas las mujeres trans) y asegurar mecanismos de protección y actuación eficientes.
«Un feminismo que rechaza, invisibiliza o no respeta la disidencia está condenado a convertirse en una fuerza totalitaria, en un panfleto dogmático.»
Soy feminista y defiendo que no, no nos matan (solo) por ser mujeres. En la conducta violenta influyen distintas variables: biológicas, psicológicas, sociales y contextuales (Shaver y Mikulincer, 2011). Entre las variables psicológicas podemos destacar los trastornos de la personalidad, las adicciones, la baja empatía o las distorsiones cognitivas. Las distorsiones cognitivas son frecuentes en las personas violentas y en los maltratadores de mujeres (Gannon, Ward, Beech y Fisher, 2007; Loinaz, 2014). Estos sesgos cognitivos, influyen en la interpretación de los problemas y en la asunción de la responsabilidad ante los actos delictivos. De modo que, el pensamiento distorsionado y/o estereotipado sobre las mujeres o las relaciones de pareja puede influir en la conducta delictiva violenta.
Es importante señalar que en la población general existen también creencias irracionales y distorsionadas sobre los roles de género, así como del papel que estos ocupan en las relaciones de pareja. Es decir, las distorsiones cognitivas no se dan solo en agresores (Scott y Straus, 2007; Valor-Segura, Expósito y Moya, 2011) y no constituyen, ante su manifestación, una relación causal en la violencia contra las mujeres. ¿Por qué entonces algunos hombres con distorsiones cognitivas matan y otros no?
Tal como adelantábamos, la violencia es un fenómeno complejo y de carácter heterogéneo. No se puede explicar considerando una única causa (Muñoz y Echeburúa, 2016; Pereda y Tamarit, 2019). Los modelos teóricos que explican la violencia de los hombres contra las mujeres en el ámbito de la pareja o ex pareja se pueden clasificar en cuatro grupos:
- Los que acentúan la causa de la violencia en variables intrapersonales.
- Los que se centran en variables interpersonales.
- Los que defienden que la causa de la violencia reside fundamentalmente en variables de tipo sociocultural (visión predominante en el feminismo).
- Los que analizan la violencia como una interrelación de los tres anteriores (modelo ecológico).
Personalmente, creo que es muy importante reconocer el poder explicativo del modelo ecológico en cuanto a la violencia contra las mujeres, dado que evita simplificar el fenómeno y es bastante coherente con los planteamientos del comportamiento violento en general.
«El pensamiento distorsionado y/o estereotipado sobre las mujeres o las relaciones de pareja puede influir en la conducta delictiva violenta.»
Si bien la violencia no tiene género, se manifiesta de forma diferente atendiendo a distintas variables y contextos. El proceso de sensibilización sobre la violencia contra las mujeres en el ámbito de la pareja y ex pareja como un problema social (y no como un asunto privado) ha sido arduo. No obstante, atendiendo a su gran influencia social, se hace necesario que el feminismo revise sus posicionamientos teóricos al respecto. Los mitos negacionistas sobre la violencia contra las mujeres, los mitos que explican la violencia contra las mujeres partiendo de una única causa (machismo o dominación masculina), los mitos sobre los varones maltratadores (por ejemplo, creer que todos son unos psicópatas) y los mitos sobre las mujeres víctimas de maltrato tienen, pese a sus diferencias, una característica común: son una muestra de ignorancia y contribuyen a la desinformación sobre esta realidad.
La violencia contra las mujeres en el ámbito de la pareja y la ex pareja requiere de rigurosidad y no de ideología. Ha llegado el momento de señalar que desprestigiar a los hombres, recurriendo a explicaciones superfluas sobre la violencia contra las mujeres, no contribuye al diseño de una sociedad igualitaria y tampoco se traduce en una garantía de protección para las víctimas. La mayoría de agresiones y asesinatos contra una mujer en una relación de pareja o ex pareja no se explica por machismo o solo por machismo. El peligro no está en quienes piensan de forma independiente y razonada, valiéndose de la evidencia empírica, sino en aquellos grupos e instituciones que utilizan visiones reduccionistas e ideológicas para imponer creencias irracionales. Las políticas públicas que pretenden reducir la violencia contra las mujeres deben basarse en la investigación, solo a través de ella podremos conocer estrategias eficaces para la predicción del riesgo y la prevención. Esto conlleva asimismo trascender propuestas engañosas, pues la única solución a la violencia contra las mujeres no puede depender exclusivamente de modificaciones penales y medidas legislativas. El discurso ‘políticamente correcto’ no salva a ninguna víctima solamente las condena a la indefensión y al paternalismo.