Los verdugos forman una institución pública retribuida, además de legitimada y aplaudida por quienes así mediante establecen y mantienen su poder político. Porque, a diferencia de los sicarios o los criminales espontáneos, la de los verdugos es una categoría política, sea o no oficial. Y así es como la periodista catalana Anna Grau es víctima una vez más, y entre tantos periodistas más en este país, de verdugos perfectamente instituidos como tales.
No se trata, en absoluto, de una polémica o discusión. Ni siquiera se plantea como tal. Anna Grau, en diana, es insultada a golpes o tiros (puta, borracha…). Además de matar, el cometido de los verdugos consiste en amedrentar, intimidar, señalar, con una violencia que, en este caso, tampoco es meramente simbólica. En el «sistema de comunicació català», que teorizó el sociólogo Salvador Cardús, la de los verdugos es práctica fundamental, con sus códigos y espacios.
Las víctimas son señaladas como «anticatalanes». En tiempos todavía lo matizaban a base de locuciones retorcidas o ambiguas. «Perill per la convivència a Cataluña», fue una de las más recurrentes. Basta para merecer el señalamiento, y con él la violencia que como bien es sabido, y bien ha recordado Anna Grau, puede alcanzar la muerte civil, que te maten literalmente de hambre si es que pueden. La impunidad resulta en cualquier caso absoluta, indefectible.
El castigo se agrava si el victimizable carece de antecedentes, como al caso el de eventuales orígenes familiares fuera de Cataluña
A menudo la sospecha o la simple atribución sirven para justificar el castigo. No se precisa concretar dichos ni hechos. Hay suficiente con que la víctima denote gustos personales a considerar por los verdugos como suspectos de «anticatalanidad», «actitudes antisociales» o lo que les parezca, que para eso están de verdugos. Les puede servir la lectura de clásicos castellanos, la atención al flamenco o los toros, o el simple respeto a partidos «anticatalanes», no catalanistas.
El castigo se agrava si el victimizable carece de antecedentes, como al caso el de eventuales orígenes familiares fuera de Cataluña. De hecho, todo lo que indique libre albedrío, independencia de criterio o decisión propia, virtudes que además de valores cívicos en sí mismos deben acreditar la profesionalidad en ocupaciones como las del periodismo, las ciencias o las artes en general, delata y perjudica a juicio de los verdugos, que para ello cobran y son jaleados.
En 1997, la situación señoreada y así regulada por los verdugos dio pie y tema al periodista Arcadi Espada para describirlo en su libro «Contra Cataluña. Una crónica». Desde entonces, porque el tiempo no transcurre en vano, ha habido cambios, pero en mucho a peor. Cuesta creer que la obra recibiera ahora premios como el Ciutat de Barcelona. Sin perder vigencia, lo que testimonia se ha más que agravado en intensidad y virulencia, al socaire del «procés».
El cometido del verdugo no empieza ni acaba en exponentes tan autóctonos y castizos como la partida de la porra
La de Arcadi Espada ha sido, desde luego, una de las primeras voces en pronunciar su apoyo a Anna Grau y su informe denuncia, «del oasis al gulag» en su título. Matiza, Espada, que de titularlo él habría invocado a Auschwitz. Ambos horizontes apuntan en el fondo de lo que aquí sucede. Sin ir mas lejos, nazis y soviéticos recurrieron en sus respectivos patíbulos al «humor», con medios para la audiencia «popular» como Krokodil, Der Sturmer o Der Angriff.
Antes de ser masacrados en el gulag o los campos de exterminio, judíos y disidentes fueron caricaturizados y escarnecidos, con medios de comunicación de masas presentados como «satíricos» o jocosos. Esta es una vertiente usual y, a la vez, muy elaborada. El cometido del verdugo no empieza ni acaba en exponentes tan autóctonos y castizos como la partida de la porra, el piquete, las patrullas de control y el escuadrismo, sea de comandos o de los CDR.
Sin llegar a dedicarle un muñeco personalizado en Polònia, lo cual es lo más en la vejación y señalamiento ejecutado desde el neoindependentismo gobernante, la labor periodística de Anna Grau motiva ahora que «humoristas» de esos tales, verdugos por función y retribución, la insulten en términos graves, para desacreditarla. El valor del periodismo radica en la credibilidad, que conste. Del «anticatalana» han pasado al puta o borracha, también sin más.
La labor periodística de Anna Grau motiva ahora que «humoristas» de esos tales, verdugos por función y retribución, la insulten en términos graves
La proliferación, a extremos ya de inflación, de este tipo de «humoristas» que, por verdugos, están retribuidos a extremos de escándalo mediante fondos públicos amplios y diversos, los más cuantiosos sustanciados en nóminas y contratos de medios de comunicación públicos o subvencionados, pero asimismo a través de encargos a cargo de ayuntamientos y otros organismos de la administración, demuestra hasta que extremo han ampliado los patíbulos.
Y en medio quedan asimismo niveles como los de aquellos círculos de beatas que a partir de la postguerra se pusieron a denunciar convecinas por envidia, simple antipatía, y más por la sensación de poder que obtenían al denunciar. Cualquier excusa servía: que leían novelas y tal vez de Blasco Ibáñez o Galdós, que tenían al marido exiliado por rojo o porque escribían a máquina sin ser su oficio ni cobrarlo. Los verdugos hacían el resto. Y así llenaron cárceles.
Dentro del ramo periodístico, y entre instancias políticas correlativas, las batidas de acoso y depuración, o sea derribo, van mucho en tales niveles intersticiales. Son asimismo las de cierta clerecía, a veces en forma y título de científicos sociales, puestos a ideólogos. Aportan capilaridad al sistema, capacidad de llegar a lo no manifiesto, por apenas latente o aún potencial. Aunque esta vez no lo cuente, Anna Grau también sabe de esta parte de la historia. Por experiencia propia, claro.
Ella es una gran maestra, como periodista, en el recurso a la primera persona en los verbos. Nada más verídico que el testimonio personal
Ella es una gran maestra, como periodista, en el recurso a la primera persona en los verbos. Nada más verídico que el testimonio personal, frente a la retórica de las terceras personas o las formas impersonales que a veces sólo fingen distancias críticas. Y ella sabe muy bien que en una Cataluña como la actual ser periodista le hubiera resultado mucho más difícil y, en cualquier caso, ahora tal vez no le permitiría sobrevivir como trabajadora en esta profesión.
Puedo decirlo porque estuve entre quienes la recibieron, como a un compañero más, en la que fue su primera mesa de redacción. Era ya entonces periodista de instinto, antes que de vocación o formación, que en ello andaba. Le faltaba tiempo para tomar teclado o bolígrafo a fin de vaciar sobre papel lo que recién captaba, actualidad y noticias en definitiva. El medio, un diario local, incluso era bilingüe, devorado día a día por la ciudad entera.
Aquello ya no existe. La cabecera sigue pero en otras manos, en monolingüe, sin lectores y sin ninguno de aquellos periodistas salvo un par si acaso de verdugos, que entonces no eran catalanistas ni escribían catalán. Se ocuparon de echar, y tildar para ello de «anticatalanes», a muchos que en simple profesionalidad y respeto alternaban catalán y castellano. Anna Grau era ya bilingüe por gusto. A estas alturas catastróficas, arqueología o prehistoria.
Si Anna Grau sobrevive y, más que denunciar tan afortunadamente, es capaz de defenderse, lo debe a haber trascendido a aquel medio y aquellos tiempos, que también añora por más felices y dignos. Entonces, los verdugos eran figuras crepusculares en su oficio funcionarial, como los últimos western tras la edad de oro del género. Así les retrataron García Berlanga o Martín Patiño. Y ahora hemos vuelto a los Episodios Nacionales, a comer ratas en Gerona.