ECOS INDEPENDENTISTAS | Cómo conseguir la independencia con la mitad de la población en contra

Manifestación del 11 de septiembre de 2019 Foto: Europa Press

Una de las cabezas pensantes del proceso ha sido y es el empresario Oriol Soler Castanys; se le atribuyen las tareas de creación de relato, «entre las que se incluyeron la idea de asociar el concepto de separación de España a democracia». Entrevistado por Vilaweb, afirma que no quiero la independencia si no somos muchos más.

«El debate debe ser cómo fue que aceptásemos hacer la independencia con el 50% del país en contra. ¿Cómo puede ser que hayamos renunciado a hablar con los no independentistas? (…) El gran elefante es que no hemos tenido en consideración a la mitad de la sociedad catalana. Este es el gran elefante. Y que TV3 no emita para esta gente. Nos debería caer la cara de vergüenza.»

Si Oriol Soler ya pensaba lo mismo en aquel momento, la pregunta es cómo aceptó seguir en un barco que estaba condenado al naufragio. ¿Tal vez por la vieja convicción de que es mejor estar equivocado con los tuyos que tener razón con los otros? Quién sabe si había otros que veían venir el fracaso pero no tuvieron el valor de decirlo en público. Una primera consecuencia del error original es que ahora va a ser más difícil seducir a ese tanto por ciento de población que, si entonces no lo veía claro, ahora ya está decididamente en contra.

A pesar de todo, es optimista respecto al balance de estos años: «El 9-N funcionó, Junts pel Sí funcionó. Y también hicimos una gran campaña para la CUP. Y el Primero de Octubre funcionó. Yo estoy superorgulloso. Y ya lo haremos mejor la próxima vez.» Dicho sea de paso, a nadie le va a extrañar que la buena imagen que consiguió la CUP en ciertos ambientes haya sido gracias a ayudas externas, nunca la hubieran conseguido por sus propios medios.

¿Debemos entender que la idea de la independencia de Cataluña no es lo bastante potente para encontrar el apoyo necesario en la sociedad, o que sus partidarios no dan para más?

Sin embargo, en otro momento reconoce implícitamente que en estos años no se ha llegado a nada: «Una de las razones por las que el proceso no ha funcionado es porque no teníamos más grosor intelectual. Las baterías, al proceso se le acaban por la incapacidad que tiene de pensar mejor. De dibujar mejor. No se le acaban por falta de valentía. Al final sale gente potente de las ideas potentes. No es al revés.» ¿Debemos entender que la idea de la independencia de Cataluña no es lo bastante potente para encontrar el apoyo necesario en la sociedad, o que sus partidarios no dan para más?

La trayectoria empresarial de Oriol Soler le hace destacar la importancia de tener grandes grupos en el sector cultural, en condiciones de «contratar la intelectualidad para que pueda dibujar el futuro»: «Para tener éxito hemos de hacer más. Y en esto son fundamentales las industrias culturales, que han ido perdiendo peso. Y deben ser una prioridad. Debemos tener industrias culturales que facturen más de doscientos millones. Que su interés sea servir a la cultura catalana, como para Prisa lo es la hispánica, o para Hachette la francesa. Ahora las empresas son de diez millones, yendo bien.»

Aunque conserva «una voluntad de cambiar la realidad y estructurar la sociedad» muy anclada en la izquierda, es lo bastante inteligente para entender que la independencia no es una cuestión de ganar un referéndum por 50 o 55 % de los votos, sino de conquistar la hegemonía social. Y eso han estado muy lejos de conseguirlo, aunque buena parte de la opinión publicada dé la impresión de que la opinión pública está mayoritariamente a favor del proyecto.

Tal vez el problema es que el proceso independentista no ha surgido de una necesidad hondamente sentida por la sociedad catalana sino que ha sido fruto de la ambición de unas elites instaladas en el poder autonómico. Y aunque han estado años sosteniendo que la cosa iba de abajo arriba —«el poble mana, el govern obeeix»—, en realidad iba de arriba abajo, a golpe de información vehiculada por los medios de comunicación públicos y los medios de comunicación privados y (por gusto o por necesidad) concertados. Con ello han conseguido no la masa crítica de población que perseguían sino una audiencia, una importante audiencia pero que, en lugar de por grandes ideas, se ha movido por pequeñas consignas.

El sueño socialista

Hablando de la comparación de Laura Borrás con la presidenta de Madrid, Isabel Díaz-Ayuso, que hizo Sergi Sol —el Guerra de Esquerra—, Salvador Sostres, en el Diari de Girona Les metàfores adequades—, afirma que «utilizar Ayuso como un insulto es no entender cómo se crea la riqueza ni cómo se defiende. Es no entender la deprimente decadencia de Cataluña ni el auge de Madrid».

Y prosigue dando un consejo que sin duda no seguirá nadie en el ámbito independentista: «Si Esquerra quiere gobernar con eficacia tendrá que pensar en desregular, en privatizar y en bajar impuestos. El sueño socialista, tan adscrito a un cierto independentismo, es una de las explicaciones más claras de por qué los intentos de convertir Cataluña en un Estado han fracasado siempre. Este sueño socialista que ha escorado inexorablemente el catalanismo hacia la izquierda más radical y fracasada, más resentida, con planteamientos más absurdos y contrarios a los intereses de la Humanidad.»

No es ajeno a ese sueño socialista la importancia dada al control de los resortes de gobierno —«estructures d’Estat»—, el desprecio por los procedimientos legales y la desconsideración de las minorías. Las ideas de partida eran equivocadas, radicalmente equivocadas.

De una manera algo simplista, Sostres entiende que «si el independentismo se hubiera articulado desde la derecha, es decir, desde los deberes, desde la responsabilidad, desde la autoexigència, y en definitiva, con mentalidad empresarial, y no funcionaria, y no victimista, y no reclamando derechos que no existen, ni agravios que a nadie le importan, ni por supuesto utopías colectivistas (…) probablemente la suerte nacional de Cataluña habría sido otra».

Los años perdidos del proceso nos han alejado de la prosperidad. Hubiera podido ser peor si sus responsables hubieran accedido a alguna suerte de soberanía, pero aún están a tiempo de alejarnos más todavía de la prosperidad y de la sensatez si siguen controlando el poder autonómico.

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