ENTREVISTA / Alejo Schapire: «Tenemos a la izquierda comecuras del pasado convertida en aliada de los ayatolás»

El periodista, residente en París, cuestiona el retorno de Manuel Valls a Francia: "Podría hacer sombra a Macron"

El periodista y escritor argentino Alejo Schapire.

El periodista y escritor argentino Alejo Schapire (Buenos Aires, 1973), afincado en París desde 1995, es un buen conocedor de la realidad de una Francia que, a la pandemia del COVID-19, suma el azote del terrorismo islamista. Un terrorismo que en las últimas semanas ha horrorizado a Occidente con acciones como la decapitación del profesor Samuel Paty o los asesinatos de tres fieles en la iglesia de Notre Dame de Niza. En un artículo publicado recientemente bajo el título de Francia, el fin de la inocencia forzada, Schapire desgrana los porqués de esta situación, pero también sus consecuencias para una Europa sumida en el buenismo y que observa con sorpresa el «basta ya» del presidente Emmanuel Macron ante la sangría que provoca el islam más radical en la UE.

De esta situación y de cuestiones como la evolución de la izquierda trata Schapire en su ensayo La traición progresista, que, si la pandemia la permite, llegará en enero a las librerías españolas. Un trabajo con el que el autor intenta comprender cómo la izquierda traidicional ha pasado de la defensa de la libertad de expresión al fomento de la censura y la autocensura en favor del bienestar de las minorías. Un trabajo en el que se dan la mano la tentación totalitaria, el relativismo cultural, el populismo nacionalista y la extrema derecha.

En las últimas semanas, Francia ha afrontado dos atentados islamistas que parecen haber impactado en la sociedad mucho más que otros de los sucedidos desde 2016. La decapitación del profesor Samuel Pety, por un lado, y los asesinatos de tres personas en la iglesia de Notre Dame de Niza, por otro, han llevado al presidente Macron a defender públicamente el derecho a la libertad de expresión y esto ha tenido una rápida respuesta en países como Turquía. ¿Por qué no se ha hecho antes este planteamiento? 

Parecía haber un consenso cuando el ataque contra las oficinas de Charlie Hebdo, en 2015. Vinieron mandatarios de todo el mundo, incluso de países musulmanes, para demostrar que había un consenso internacional en el que la libertad de expresión a secas era algo sagrado. Sobre todo en un país como Francia, que tiene una larga tradición de defensa de este derecho, que se ha ganado con sudor y sangre, casi siempre con sangre, para librarse del poder religioso de la Iglesia católica. Este consenso se fue diluyendo con el tiempo. Era un consenso, quizás, de fachada. La salvajada del atentado había chocado tanto que se había impuesto una lectura muy conceptual, con millones de personas en la calle defendiendo simplemente la libertad de expresión. Con el tiempo, esta situación fue menos evidente por varios sectores. La izquierda empezó a plantearse cada vez más esto que se ha dado en llamar la cultura de la cancelación, es decir, no hay que ofender a nadie, no está bien en nombre de la herencia del universalismo y de las luces pretender imponerle a los demás esa visión. Se impone más una visión revanchista, fundada en la visión de las minorías, que contemplan este universalismo como un privilegio del hombre blanco, heterosexual, etc.  

Por otro lado, el islamismo ha seguido propagándose y ha encontrado un apoyo en el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, que busca convertirse en líder regional e interlocutor muy fuerte y que salió frontalmente a tratar a Macron de enfermo mental. Eso ha abierto la puerta a que en otros países la gente en la calle y los dirigentes hayan hecho lo mismo. 

Sí, pero la respuesta de Macron ha sorprendido por su contundencia.

La verdad es que Macron ha hecho esto porque no ha tenido otra alternativa. O jugaba la carta del multiculturalismo y el relativismo cultural, renunciando al rol tradicional de Francia, o se hacía cargo de que el país está bajo ataque y que, aunque es una guerra que él no ha elegido, va a tener que darla porque es contra aquello que forma parte de la esencia misma de los franceses. Es esa cultura de poder dudar, de poder criticar, de poder burlarse, de poder pensar… Macron ha entendido que necesitaba hacer una lectura más clara porque las medias tintas ya no daban para más. 

El presidente Macron no tenía otra alternativa. O jugaba la carta del multiculturalismo y el relativismo cultural o se hacía cargo de que el país está bajo ataque.

Alejo Schapire

Vivimos ahora mismo un momento en el que esta cultura de la cancelación ha hecho que el pensamiento más normal, el más habitual, sea mal visto. No se trata de islamofobia, homofobia o transfobia sino de que hay planteamientos que no te parecen normales y, sin embargo, has de callarte porque, si no, enseguida aparece el buen progre a leerte la cartilla. 

Hay una alianza contra natura entre el progresismo, la manifestación cultural de la izquierda en los ámbitos universitarios, en los medios, en la academia, y el integrismo islámico. Puede parecer paradójico pero no lo es. Este progresismo que se abstiene de criticar el machismo y la persecución de las minorías sexuales y religiosas en países del tercer mundo, se alía con el discurso del islamismo radical, que hace hincapié en que esto es una lucha histórica de los oprimidos frente a la historia del imperialismo. Paradójicamente, tenemos a la izquierda comecuras del pasado convertida hoy en aliada de los ayatolás. Es muy curioso pero es esta alianza la que se ha dado y la que explica que, por ejemplo, el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, haya dicho que hay que ponerle límites a la libertad de expresión porque no hay que ofender. Es claramente una alianza entre estas dos ideologías. 

Esto ofrece escenas muy desconcertantes. Aquí en Barcelona, cuando los atentados de 2017, vimos al padre de una de las víctimas abrazando a un imam para decirnos que no todos los musulmanes son iguales.  

Es verdad que no todos los musulmanes son iguales. Una gran mayoría vive en paz y tranquilidad aquí en Francia. Pero tampoco es cierto que quienes atentan sean locos aislados. Eso es lo primero que dicen. Cuando hay un enésimo atentado en Europa, las reacciones son siempre las mismas: no hay que estigmatizar, no hay que ceder al discurso de la islamofobia… Esto es algo totalmente tramposo porque criticar un sistema de ideas no es racismo. Al mismo tiempo, se preocupan más por salvaguardar la imagen del victimario y la comunidad a la que pertenece que por la víctima. Esto es algo que está pareciendo cada vez más insoportable. La decapitación de un profesor, que es una figura muy querida en Francia, que representa todos los valores de la República, ha marcado un antes y un después. Hay un endurecimiento de la sociedad francesa ante algo que juzga que ya es inaceptable. 

La izquierda está teniendo un perfil bajo porque se considera que han sido cómplices de esta situación. El Partido Comunista ha sido tildado en París de colaboracionista.

Alejo Schapire

Pero, ¿esto genera respuesta en la calle? El basta ya del que usted me habla es, de momento, político.  

Es muy difícil medir en estos momentos lo que piensa la calle porque, con el confinamiento, no hay ningún tipo de expresión política pública. Pero se puede observar a través de las redes sociales y de cómo se mide la fuerza de los discursos a través de los medios. Y este es un momento en el que la izquierda, claramente, está teniendo un perfil bajo porque se considera que han sido en cierto modo cómplices de la situación que vivimos hoy. De hecho, el Partido Comunista ha sido tildado en París de colaboracionista. Se acusa a la izquierda de haber impedido que la sociedad francesa se defendiera ante el crecimiento de un integrismo religioso con la acusación de islamofobia. Y hemos de recordar que las principales víctimas de la islamofobia son los que son asesinados.  

Usted acaba de publicar un artículo, ‘Francia, el fin de la inocencia forzada’, que repasa de forma muy concreta lo que significan estos atentados. Son realmente ataques a nuestro modo de vida, a lo que para nosotros es importante o normal. Muchos podrían tildarle de islamófobo ahora mismo. ¿Nos estamos dejando matar por culpa del buenismo? 

Sería interesante rastrear el origen del concepto islamofobia, que no tiene nada que ver con el racismo antiárabe. Se está criminalizando una crítica de la religión. Nosotros no decimos que hay que sacar a Friedrich Nietzsche de las bibliotecas porque era cristianofóbico. Podemos criticar una religión, el budismo, el judaísmo, el catolicismo. Basta a ir a la feria ARCO cualquier año para ver cómo la Iglesia católica es objeto de crítica legítima. Ahora, al parecer, frente al Islam habría que abstenerse de cualquier crítica ideológica. Esto es un chantaje permanente por parte del buenismo para impedir un análisis crítico de lo que es un sistema de ideas. El buenismo ha rehabilitado el delito de blasfemia. Uno puede ser de cualquier color, de cualquier raza, y ser musulmán. Pero están esencializando al musulmán y eso sí es ser racista. Una persona no es el equivalente de la religión que profesa. Y la acusación de islamofobia es una trampa, un chantaje, un intento de intimidación y la gente ya lo soporta cada vez menos. 

La acusación de islamofobia es una trampa, un chantaje, un intento de intimidación y la gente ya lo soporta cada vez menos.

Alejo Schapire

El primero que vio esto en carne propia fue Salman Rushdie cuando publicó Los versos satánicos, y los primeros perjudicados, de hecho, son los musulmanes. Son los que son perseguidos por estos fanáticos religiosos y acusados por los progresistas, que los ven como malos representantes de una religión en la que deberían seguir encasillados.  

En el mismo artículo, usted asegura que lo que está sucediendo hoy en Francia es mucho más grande que Francia. Sin embargo, los países del entorno, que también han sufrido estos atentados, España incluida, no parecen tenerlo tan claro. Quizás porque la pandemia lo ha trastocado todo o porque hace mucho que no hay atentados en esos países. Parece que solo recordamos el problema cuando estalla. 

A ver, Francia tiene la principal comunidad islámica de Europa en cantidad de habitantes y, a la vez, la principal comunidad de judíos. Tiene, además, una larga tradición de libre pensamiento, de libertad intelectual. Y, además, un laicismo muy arraigado, una separación muy clara entre religión y Estado. Todo esto hace que haya fuerzas muy importantes en juego. El islamismo es la que más se manifiesta por el volumen de fieles y, además, está muy en contacto con sus orígenes en el norte de África. Y tiene presente el contencioso de la colonización. Existe, además, la voluntad de confrontar este contencioso. Y esto se refleja en la incapacidad que tienen los profesores en enseñar, por ejemplo, lo que fue el Holocausto en Europa. Francia fue activa colaboracionista. Pero hoy es imposible en algunas zonas dar esa clase porque, cuando el profesor habla de Auschwitz, los alumnos le responden con Palestina. Entonces, existe una exacerbación de un modo de vida cada vez más arraigado al islam que no existía antes. Los nietos hoy son mucho más practicantes y reivindicativos que sus abuelos cuando llegaron a Francia.  

Hay que recordar también que el atentado contra Hyper Casher (enero 2015) fue el mismo día que el de Charlie Hebdo. Francia es un cocktail de un montón de elementos y en cuyo espejo deberían mirarse los europeos porque, en alguna medida, lo que está pasando aquí puede reflejar los problemas que les va a tocar vivir. 

En España, vamos poniendo en marcha los mismos mecanismos que se pusieron en su día en Francia para integrar a esta comunidad. Y no parece que seamos capaces de entender que eso allí ha fallado. Por ejemplo, la izquierda española es enemiga acérrima del catolicismo en las aulas. Sin embargo, en varias comunidades como Cataluña se está impartiendo en centros públicos el islam a alumnos de esta confesión. Negamos nuestras raíces católicas pero, a la vez, facilitamos que aquellos que rechazan nuestro modo de vida reciban en el colegio las enseñanzas religiosas que les afianzan en ese rechazo.  

Existe una doble vara permanente para juzgar las distintas religiones. Por parte de Occidente, existe una autoflagelación que, a la vez, es un rasgo narcisista de alguien que se cree moralmente superior. Y en esta autoflagelación van a buscar los micromachismos en su propia cultura religiosa, la judeocristiana, y a la que no le perdonan nada. Y, por el contrario, están dispuestos a hacer la vista gorda con las peores prácticas machistas y sexistas religiosas porque ellos asimilan esa comunidad a gente que es necesariamente una víctima. Es una mezcla de síndrome de Estocolmo, autoodio y profunda ignorancia porque los primeros perjudicados son las minorías que vienen de esos países musulmanes. Vienen a Europa o a EEUU huyendo de eso. Las mujeres que huyen del norte de África o de Turquía porque las han forzado a casarse, los homosexuales que huyen para que no los maten y aterrizan en Europa para vivir su sexualidad en libertad, de repente, ven a la izquierda, que se supone que es el motor de la emancipación, aliándose con estos oscurantistas machistas, que bajo cualquier parámetro serían considerados como extrema derecha, y aquí son vistos como víctimas de Occidente. Es terrible para ellos.  

Por parte de Occidente, existe una autoflagelación que, a la vez, es un rasgo narcisista de alguien que se cree moralmente superior.

Alejo Schapire

Es muy contradictorio porque un católico que vaya a misa cada domingo y cumpla con los preceptos de la Iglesia es visto como un fanático. Sin embargo, cuando alguien te dice que está haciendo el Ramadán, no te planteas que probablemente sea mucho más fanático porque es algo durísimo, es un sacrificio importante en un modo de vida como el nuestro. No vemos eso como fanatismo pero sí el ir a la iglesia cada domingo. 

Sí, es un doble rasero permanente para juzgar lo propio y ajeno. Esto se ha invertido desde la II Guerra Mundial. Hasta entonces, la nación de uno mismo era lo mejor y el extranjero era lo peor. Este paradigma fue la base del nazismo y de los fascismos. Con la guerra, dejó de utilizarse y pasamos al otro extremo. Quedó una fuente de culpa tan profunda que se dio vuelta. El otro pasó a ser el ejemplo de lo mejor y uno mismo de lo peor. Es una de las explicaciones psicológicas posibles. Pero creo que también hay un sentimiento de superioridad en el decir que uno puede hacer tábula rasa de su pasado porque todo en su pasado es malo, mientras que los demás son pobres víctimas que siempre serán mejores. Y, cuando más exótico, aún mejores. 

Sí, es eso de tener un amigo gay, un amigo negro, un amigo musulmán… te convierte, parece, en cosmopolita. 

Sí, pero tiene que ver con un narcisismo muy fuerte en el que, cuanto más uno ama lo distinto por aberrante que sea, es fantástico. Y demuestras más apertura si detestas lo que es uno mismo. 

Cambiemos de tercio. Cada poco tiempo hay rumores sobre el regreso de Manuel Valls (concejal de Barcelona pel Canvi en el Ayuntamiento de Barcelona) a la política francesa. Ahora se dice podría volver a ser ministro de Interior o candidato a la Alcaldía de París. ¿Qué se opina en Francia de Valls? ¿Tienen base estos rumores? 

Yo tengo una opinión particular que no es para nada mayoritaria. El Valls de Francia no tiene nada que ver con el Valls de España. Son dos personas que son percibidas de una manera complemente distinta. La izquierda francesa lo percibe como una especie de traidor. Él viene el Partido Socialista y fue el primero en observar que hay un problema grave con el islam radical. Desde la izquierda, fue el primero en decir que había que reforzar la policía y que había que llevar a cabo una lucha ideológica. Fue denostado por la izquierda y su candidatura naufragó antes de que el que le ganó naufragara del todo. Valls tuvo una aventura política en Barcelona y salió del radar de aquí. Pero, curiosamente, Macron encarna exactamente el lugar en el que se posicionaba Valls hace unos años. Es decir, una izquierda republicana, orgullosa de los valores de Francia, del espíritu crítico, de defender sin ningún tipo de vergüenza la singularidad del país, sin ningún tipo de racismo, pero tomando la bandera de la Ilustración y de la tradición intelectual francesa. 

Manuel Valls tuvo razón antes de tiempo. Trató de cuajar en la realidad catalana, que es otra galaxia, y no sé qué papel puede tener en Francia.

Alejo Schapire

En Barcelona, muchos creen que realmente Valls no quería ser solo concejal y que aspiraba a más. La verdad es que cuesta creer que alguien como él se conforme con un ayuntamiento. Da la impresión de que es un talento desaprovechado. 

Hubo un problema de timming. Manuel Valls tuvo razón antes de tiempo. Trató de cuajar en la realidad política catalana, que es otra galaxia. Y la verdad es que no sé qué papel puede tener en Francia porque es una figura que se ha quemado bastante. Y, además, si Valls hiciera las cosas bien podría hacer sombra a Macron. Él expresó en reiteradas ocasiones que quería tener algún papel dentro del Gobierno y Macron lo ninguneó. 

El COVID-19 es el protagonista, nos guste o no, de estos días. ¿Cuál es la situación ahora mismo en Francia? 

Volvemos prácticamente a marzo, con la salvedad de que las escuelas están abiertas. Los chicos van al colegio con protección reforzada, con mascarillas a partir de los seis años. El resto, solo están abiertos los comercios esenciales y tenemos una polémica importante con las librerías. Se están muriendo y necesitan seguir vendiendo. El que se aprovecha de esta situación es Amazon, que está vendiendo como nunca. El problema se centra en la supervivencia de los comerciantes que ya se vieron muy afectados con el primer confinamiento y que hoy no tienen capacidad para resistir en un contexto en el que tienen las arcas vacías, no tienen más recursos.  

Aquí ha generado mucha inquietud lo de que solo se podrán vender en los supermercados franceses productos esenciales. Pero eso es algo que en España ya sucedió en la primera ola de COVID-19. Y, como en Francia, fueron establecimientos online como Amazon los que se beneficiaron.  

Sí, es lo que está pasando, es la gran preocupación de pequeños comerciantes que van a quebrar. Es el caso de la emblemática librería de París Shakespeare and Company, que está en peligro. Ha perdido el 80% de sus ingresos. Las pequeñas librerías han logrado que los supermercados no puedan seguir compitiendo con ellos y nos han privado de comprar todos los productos que no sean considerados esenciales.  

Desde España da la impresión de que ahora en Francia tienen más claro como actuar. Tal vez se deba al centralismo del país o a que el presidente Macron tiene una forma más clara de dirigirse a los franceses. Su último discurso sobre el confinamiento, al menos en redes sociales, fue alabado por muchos españoles, que destacaron que se dirige a los ciudadanos como adultos. Eso es algo que no está sucediendo en España.  

La diferencia fundamental con España es el centralismo, no tenemos autonomías en las que cada uno esté especulando políticamente sobre si le conviene estar a favor o en contra de lo que dice el Gobierno central. No existe eso de sacar un rédito político, de hacer un cálculo de cómo posicionarse electoralmente frente a las medidas sanitarias. Eso, en algún modo, es bastante sano porque los debates son sobre la cuestión sanitaria. Se piensa menos en a quién le conviene que esto funcione o no. 

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