Los medios catalanes son mayormente partidarios de los Demócratas en todas las elecciones americanas, y en los medios independentistas eso se da por supuesto. Los Republicanos son la derecha, lo peor, una amenaza para el mundo entero. Y Trump es lo peor de lo peor.
En el Ara, David Miró afirma que en los Estados Unidos ya existe una fractura irreparable causada por Trump: «Incluso si acabara derrotado, ha quedado claro que su base electoral es sólida, y el Partido Republicano ya no tendrá margen para volver a la moderación. Los partidarios de Trump son auténticos believers que odian Washington y ven a los demócratas como una panda de comunistas y hippies.» Fanáticos contra buena gente: esta visión, reduccionista hasta la caricatura, es la que predomina en Cataluña.
Antoni Bassas lamenta que Trump defiende su presidencia con la energía que no ha tenido Biden: «El enérgico Trump ha vuelto a demostrar un dominio práctico de los instintos básicos de la gente que mira la tele y que proyecta su vida en la vida de los ricos, un dominio directamente proporcional a la incapacidad de los demócratas para elegir un candidato competitivo, por segunda vez.» La mitad, más o menos, del electorado americano no son más que teleespectadores con «instintos básicos». Y lo dice gente que se considera democrática y progresista.
Aquí aparece otro tema habitual entre los comentaristas catalanes: la política que deberían seguir los Demócratas. Con la misma soltura con que exponen cuál tendría que ser la alineación del Barça, les dicen lo que tendrían que hacer sin pensárselo dos veces; básicamente, imponer la sanidad pública a todo el mundo, prohibir las armas y conceder la ciudadanía a millones de inmigrantes ilegales. Ahora Bassas se queja de que han vuelto a presentar un candidato no competitivo. Sin duda, hubiera preferido al socialdemòcrata Bernie Sanders.
Esto dijo de él el pasado abril, cuando perdió las primarias: «Sanders habla una lengua que muchos americanos ya no entienden: sanidad pública, clase trabajadora, matrículas universitarias asequibles, convenios colectivos, el 1%, energías renovables… En la tele americana sólo se oyen mensajes que están entre la extrema derecha y el centroderecha, con la sacralización constante de la bandera y las fuerzas armadas.» Estos americanos, deberían ponerse a ver TV3 y así sabrían votar correctamente.
Proclamación precipitada
Esther Vera cree que las propuestas electorales de Trump y Biden «representan dos países diametralmente diferentes y no sólo en el estilo del ejercicio del poder, sino en las propuestas tanto de política interior como exterior», y reconoce que «la noche ha confirmado que la ola demócrata sólo estaba en la ilusión de algunos observadores europeos». Malos observadores serían, pues.
Acaba su artículo, escrito de madrugada, advirtiendo que «si alguien se precipita a proclamar resultados puede encender la chispa en un país que nunca había estado tan polarizado». Todo el mundo esperaba que se precipitase Trump, pero ha sido Biden. Como cuenta Joaquín Luna en La Vanguardia, Joe Biden da la nota:
«La declaración de Joe Biden sorprendió por su contenido. Todo el mundo esperaba, conforme la tradición, unas palabras de agradecimiento a los suyos, alguna nota optimista y una celebración no partidista de la jornada electoral. Nadie suele insinuar que va a ganar antes de hora, en pleno recuento. Esta vez, Joe Biden no ha esperado a que su rival diese la nota sino que prefirió darla él consciente de que el voto por correo y anticipado —más de cien millones de papeletas— puede darle la victoria siempre y cuando haya paciencia.»
Una tormenta perfecta
Jordi Basté, a las 8 del día 4, anunciaba a sus oyentes de Rac1 que Trump «está jugando una partida contra el mundo» y que suyo es el protagonismo absoluto del momento, «si gana, porque ha vencido a la opinión europea y de una buena parte del resto del mundo; si pierde, porque será la fiesta de una mayoría que quería ver fuera del poder mundial a un personaje como Trump».
Ante el largo recuento y la previsible judicialización, formula un temor, o un oculto deseo: «Con vacío de poder mientras no sepamos el resultado final, el caos se puede apoderar de Estados Unidos.» No hay ningún vacío de poder: el próximo presidente electo, sea quién sea, tomará posesión en enero de 2021, probablemente el día 20. Mientras tanto, Trump sigue siendo presidente.
Laura Rosel, en Catalunya Ràdio, lo cuenta como una historia de miedo: «El mundo contiene la respiración. Las elecciones en Estados Unidos dejan un país dividido y en tensión tras una campaña muy dura, incluso con brotes de violencia, insultos y acusaciones de corrupción.»
Los hechos tienen menos relevancia que la consigna constante de presentar los Estados Unidos como un país cuya política es sustancialmente corrupta y cuya sociedad está inmersa en crisis constantes, con enfrentamientos interétnicos y al borde de la guerra civil.
Sigue Rosel: «La resaca, al día siguiente de este plebiscito sobre Donald Trump, podría ser aún peor, porque el todavía presidente ya denuncia que los demócratas le quieren robar los comicios y los resultados podrían ser ajustadísimos.»
No podía faltar la previsión apocalíptica: «Quizás vamos hacia una tormenta perfecta, con Trump que podría ser el ganador virtual en votos presenciales y Biden pendiente de si remonta con el voto anticipado.»
El trumpismo ha venido para quedarse
En El Periódico, Alfonso Armada —Mirando hacia Estados Unidos sin ira (como si mirarlos con ira fuera lo normal)— lamenta que «los demócratas no han sido capaces de persuadir a la clase trabajadora para que votara por ellos», como si eso fuera culpa de Trump.
Hay muchos que opinan que el de Trump ha sido un momento excepcional, y que las aguas de los Republicanos volverán a su cauce, pero para Armada «el trumpismo ha venido para quedarse».
El retrato robot que hace de su electorado es también un compendio de tópicos: «Predominantemente blanco, orgulloso de serlo, que odia la corrección política, se burla del multiculturalismo, de raigambre evangelista, no tiene complejo de culpa por el racismo (y los pobres se merecen su pobreza), desprecia opciones sexuales no heterodoxas, y se recrea en el patriotismo y en una imagen mítica de unos Estados Unidos que no necesitan del resto del mundo para volver a ser grandes».
Los años de Trump «han propulsado la polarización». El resultado de estas elecciones nos deja un «mapa azul (demócrata) en los extremos, rojo (republicano) en el centro» que «escenifica dos naciones que no se hablan, y donde el odio (con armas a discreción) se enroca».