Prosiguen los comentarios y las valoraciones de la detención de una veintena de altos responsables del proceso independentista.
Pilar Rahola, en la Vanguardia —El oro de Moscú—, incide en la impunidad con que «se abusa de los métodos, alucinan los argumentos o se retuerce la ley» para obtener «milagros en forma de sentencias abusivas, previamente facilitadas por instrucciones paranormales». Todo es un montaje para empapelar a unos demócratas ejemplares y meter el miedo en el cuerpo a todos los ciudadanos: éste es el marco mental.
«Y en esta corte de los milagros reina, con desparpajo castrense, ese teniente coronel de lenguaraz vida tuitera que ¬comanda al valiente ejército de cazadores de separatistas.» Se refiere al teniente coronel Daniel Baena, quien «continúa ejerciendo un poder omnipresente, verbigracia de un Estado en las sombras, que manda más allá de políticos y parlamentos e impone su propia agenda política».
Alguien tiene que hacer el papel de villano, y dado que en este caso los buenos son tan buenos, el guión exige que los malos lo sean exageradamente. Y nada como trabajar para el “Estado profundo” para completar la imagen de un atropello nacional.
País de pagafantas
De muy distinta manera contempla el suceso Joaquín Luna, también en la Vanguardia —Rusia, Vóljov y los catalanes pagafantas—: «No hubo ni tiempo ni fondos ni energías para revertir los recortes sanitarios, pero sobraron personajes y euros (o dólares) para tratar de convencer a los catalanes de que el mundo no sólo nos miraba sino que se disponía a cambiar sus reglas del juego para apoyar la secesión de Catalunya.»
Entiende que «Rusia ha tratado de desestabilizar y perjudicar a quienes, a su vez, la amenazaban en su patio trasero, como Ucrania. Léase la Unión Europea. Devolver los golpes tiene toda la lógica del mundo: Catalunya fue una de sus bregas.» Pero los independentistas, con su «amateurismo dominguero», no tenían nada que hacer en la diplomacia de verdad, y no fueron más que «unos tontos útiles para que los estados siguiesen negociando de tú a tú».
Por eso «la “internacionalización” del procés terminó siendo un derroche espectacular, fraudulento y pagafantas». Y acaba dudando de que todo se pudiese hacer «sin mal uso de fondos públicos».
David Madí no deja rastro
Salvador Sostres, en el Diari de Girona —La vella trama perdura—, reafirma su amistad con David Madí y cree que va a salir bien librado:
«David Madí no deja rastro. Cuando quiere hacer algo, lo hace. Elige a las personas adecuadas, la estrategia ganadora, no habla con nadie y ejecuta su plan. Normalmente gana. A veces pierde, como todo el mundo, pero cuando pierde no deja un hilo de sangre entre él y el cadáver. Es demasiado inteligente, es demasiado rápido. Entiende mucho mejor que nadie en Cataluña el juego de la política (…) Si el juez cree que tiene pruebas contra él, pondría la mano en el fuego que son pruebas equivocadas. El juez puede tener sospechas, puede haber oído conversaciones o narraciones que incluso sean ciertas de quién y cómo organizó el referéndum ilegal de 2017, pero es muy poco probable, por no decir imposible, que tenga evidencias.»
Aunque cada vez más escéptico ante el proceso, Sostres demuestra una cierta debilidad por algunos de los detenidos:
«Yo no creo que la independencia de Cataluña sea posible nunca (…) Si tú quieres hacer la independencia, tienes que confiar en las personas que saben hacerla. Y yo creo que las personas que saben hacerla, o que sabrían cómo intentar empezar a hacerla, se han dado cuenta de que la vieja idea de una Cataluña mejor no existe y de que el supremacismo no tenía fundamento.»
En cambio, de los políticos —y especialmente de «la vieja Convergencia, que mucho más que un partido es una manera de hacer, un carácter, una trama»— tiene peor opinión:
«Es que yo estoy seguro de que así como Marta Ferrusola creía que sus hijos merecían poder hacer negocios, en compensación por la vida que el padre había dedicado a Cataluña, Puigdemont también cree que merece que el pueblo de Cataluña le pague la escapada, y no debe considerar ninguna aberración, sino un deber patriótico, que se desvíen toda clase de recursos públicos para su manutención.»
Y así ve a «los cientos de miles de catalanes dispuestos a justificar cualquier delito porque la causa es justa»: «Si algún día se dan cuenta que la única causa posible es continuarlos robando y engañando, no sé qué harán.»
El club del puro
Borja Vilallonga, también en el Diari de Girona —Cal fer foc nou—, ajusta sus particulares cuentas con David Madí: «Mi enfrentamiento abierto con David Madí, responsable de muchos de los males que me han afligido, aún dura y aún sufro las consecuencias en mi día a día.»
La opinión general cree que los detenidos son importantes alfiles del proceso independentista, pero, según Vilallonga, «Madí y Vendrell son, junto con Joan Puigcercós y otros jerarquillas de la colonia catalana, los pilares de un club de fumadores y glotones llamado Club Churchill (…) una de las cloacas del proceso donde se hace y deshace lo que después la buena gente fanatizada se cree con religioso dogma: son los que te la cuelan.»
Brevemente, no conspiran para conseguir la independencia, sino para «impedir a toda costa cualquier tipo de independencia catalana». Y el autor nos remite a un artículo que publicó en el Periódico el 6 de octubre de 2017 —La patria en peligro—, donde ya los denunciaba por remar contra corriente: «Ante la fuerza pública y notoria del independentismo, el neoautonomismo se enroca en los pactos de siempre.»
¿Es pues la redada una buena noticia? «Las detenciones de los miembros del Club Churchill son la desarticulación del último reducto de poder real del procesismo en Cataluña (…) Se trata de los españoles mutilando y entorpeciendo el nacimiento de Junts y ejerciendo de parte interesada en la lucha faccional dentro de Esquerra. Los supuestos delitos que se imputan a los detenidos no sólo hace años que son conocidos por los españoles, sino que se han perpetrado con la aquiescencia de los españoles.»
Vilallonga ve buenas perspectivas, ya que «España se está quedando sin margen de maniobra porque su apuesta es arriesgada y ha erosionado demasiado la base de los potenciales gestores de la colonia». Y parece soñar el próximo advenimiento de líderes independentistas «peores, más descarnados y más duros», que hagan tabula rasa.
Una vez más, como en todo proceso revolucionario, los radicales celebran la desaparición de los que ven como moderados, y cuanto peor, mejor.