Diputado socialista entre 2016 y 2019 y presidente del Senado antes de las elecciones de noviembre del año pasado, el pensador Manuel Cruz (Barcelona, 1951) acaba de publicar Transeúnte de la política. Un filósofo en las Cortes Generales (Taurus). En el libro, Cruz pasa revista a los acontecimientos políticos españoles de la últimos diez años, mostrándose particularmente crítico con los dos movimientos que tratan de derribar el sistema del 78: el separatismo catalán y el populismo de izquierda encarnado en Podemos.
¿Por qué se considera un «transeúnte de la política» habiendo llegado a presidente del Senado?
La condición de transeúnte no se deriva del lugar o puesto que haya podido alcanzar en estos años, sino de mi conciencia de estar de paso en la política representativa. Obviamente, ello no implica desentenderme de la cosa pública en cuanto tal. Estaba comprometido con unas ideas y con un proyecto —socialdemócrata y federalista, por resumirlo en breve— antes de incorporarme a las listas de un partido y lo seguiré estando cuando deje de ir en ellas.
En el libro se centra en la última década de la vida política española, especialmente en el desafío catalán y la irrupción de Podemos. ¿Qué tienen ambos fenómenos en común?
La impugnación de la herencia de la Transición. Ambos han representado una enmienda a la totalidad del orden constitucional tal como quedó diseñado. Ambas impugnaciones se han saldado con sendos fracasos políticos, pero quedan rescoldos de esa hoguera por ejemplo en la compartida impugnación a la jefatura del Estado.
También aborda el surgimiento de Vox. ¿A qué atribuye el auge de la formación ultraderechista?
Más allá de reflejos autoritarios, nostalgias franquistas y otros registros similares, que sin duda existen pero tiendo a pensar que son minoritarios, atribuyo ese auge a la percepción que amplios sectores de la ciudadanía —los resultados electorales de Vox acreditan que su respaldo social no es menor, ni muchísimo menos— en relación con determinados asuntos particularmente sensibles. Pienso en la unidad territorial, en las políticas de género o en inmigración, asuntos cuyo tratamiento por parte de los partidos tradicionales en ocasiones puede haber resultado insatisfactorio para tales sectores.
«Los populismos han fracasado en su intento de sustituir a la política tradicional»
Manuel Cruz
Recuerda que la «política la hacen (no siempre bien) las personas». ¿A veces esperamos más de lo política de lo que ésta puede ofrecer?
La verdad es que a mí me preocupa más lo contrario, esto es, que se espere muy poco de la política, que tienda a darse por descontado que ella es solo un espectáculo, que los debates parlamentarios son meros ejercicios de esgrima verbal sin mayor trascendencia, la maquinaria de la cosa pública funciona poco menos que con el piloto automático puesto, por lo que resulta apenas relevante quien se encuentre sentado en un determinado momento delante del tablero de mandos.
Es cierto que en la segunda década de este siglo, los populismos han prendido en determinados momentos en la sociedad con sus conocidas recetas simples para problemas complejos. En dichos momentos se puede haber generado, ciertamente, esa expectativa excesiva por la que me pregunta, pero creo que no ha durado mucho. Si hablamos a escala global podemos afirmar que los populismos no se han constituido en la alternativa a la política tradicional y han fracasado en su intento de sustituirla.
¿Y a qué se refiere cuando sostiene que «no hay democracia sin claridad»?
La democracia liberal, que es el modelo en el que vivimos, puede definirse fundamentalmente como una democracia deliberativa. A veces se dice también que la democracia funciona como un mercado en el que se le ofrece al ciudadano consumidor diversos productos para que pueda, de entre ellos, elegir el que cree que mejor satisface sus necesidades.
Pues bien, de la misma manera que diríamos que es una publicidad engañosa aquella que no le deja claro al hipotético cliente las características de un determinado producto, así también podríamos considerar política engañosa aquella que oculta u oscurece los objetivos últimos que persigue una propuesta, la validez y eficacia de los procedimientos que propone para alcanzarlos, así como otros extremos igualmente ineludibles.
«A lo largo de toda la democracia, el nacionalismo catalán solo se ha atribuido méritos y éxitos, mientras que ha centrifugado toda responsabilidad por los perjuicios de su gestión hacia el gobierno central»
Manuel Cruz
Por desgracia, eso ocurre con demasiada frecuencia. No ya solo porque la mentira en política ha dejado de ser una anomalía o un hecho que merezca reproche social, sino también porque en muchos casos se ha sustituido el debate público racional acerca de fines —objetivos últimos— y medios —instrumentos y procedimientos— por una mera agitación emocional que únicamente cumple la función de cohesionar a los ya convencidos, pero en absoluto la de clarificar nada.
Se muestra muy crítico con el victimismo que caracteriza al movimiento secesionista. ¿Es la víctima, como sostiene Giglioli, el «héroe de nuestro tiempo»?
Comparto el planteamiento de Giglioli, cuyo libro a mi juicio es magnífico. La víctima es aquel al que por definición nada le puede ser reclamada pero que, en muchas ocasiones, incluso puede llegar a convertirse en el reclamante eterno, tal es la magnitud de los agravios sufridos. Desde el punto de vista político el victimismo representa, tras la apariencia de limitarse a expresar los daños padecidos por la víctima, la más confortable de las posiciones, en la medida en que ninguna responsabilidad le atañe. Así, a lo largo de toda la democracia, el nacionalismo catalán solo se ha atribuido méritos y éxitos, mientras que ha centrifugado toda responsabilidad por los perjuicios que pudieran sufrir los ciudadanos como consecuencia de su gestión hacia el gobierno central.
Los informativos de TV3 han perdido en seis años casi la mitad de su audiencia no independentista. Sin embargo, el Consejo Audiovisual Catalán (CAC) sigue asegurando que este canal es el «más plural». ¿Lo es?
Yo creo que ya en el dato que se menciona en la misma pregunta viene contenida buena parte de la respuesta. Si la sociedad catalana está partida políticamente en dos mitades según su posición respecto a la independencia, lo propio ocurre respecto a la comunicación, particularmente en el caso de las televisiones. Hay estudios al respecto que muestran, por decirlo de manera rotunda, que los partidarios del independentismo se informan prácticamente todos únicamente en TV3, mientras que el resto, los no independentistas, se reparte entre el resto de cadenas de televisión. Lo que significa que donde realmente hay pluralidad es en este último sector de ciudadanos, en el que los hay que prefieren TVE, La Sexta, Antena 3, Tele 5, etc., no en el primero, donde las posibilidades —materializadas prácticamente siempre— de uniformización del discurso son enormes.
«Solo torturando los hechos hasta que terminen confesando lo que se desea puede interpretarse la inhabilitación de Quim Torra como un ataque a la libertad de expresión»
Manuel Cruz
Y lo que vale para TV3 vale para otros medios públicos catalanes. En las tertulias radiofónicas de la radio pública, el colaborador no independentista suele ser el único elemento discordante entre cuatro o cinco —el conductor/a del programa también está claramente alineado—, cuya función es proporcionar al programa una coartada de presunta pluralidad, meramente testimonial.
700 profesores, entre los que se cuentas intelectuales como Félix Ovejero o Andrés Trapiello, han remitido una carta a la ministra de Educación, Isabel Celaá, en la que denuncian que en los colegios de comunidades autónomas con lenguas cooficiales se «lesionan los derechos lingüísticos de menores, padres y profesores castellanohablantes». ¿Comparte la crítica?
Soy partidario de que se cumplan las sentencias judiciales a este respecto, cosa que por desgracia deja de hacerse en demasiados casos.
El nacionalismo ha interpretado la inhabilitación de Quim Torra como un ataque frontal a libertad de expresión. ¿Puede interpretarse así?
Solo torturando los hechos hasta que terminen confesando lo que se desea. La inhabilitación no se ha debido al contenido de la pancarta, como repiten de manera incesante los independentistas. La libertad de expresión estaría amenazada si, pongamos por caso, estuviera prohibido —y tuviera la correspondiente sanción— que un ciudadano particular colgara de su balcón una pancarta con un cierto tipo de leyendas. Pero cualquiera que se pasee por Barcelona o cualquier otra localidad catalana comprobará que la gente cuelga en sus balcones lo que le place, con total libertad, sin padecer la menor represión por ello.
«El independentismo ha dado sobradas muestras de que, tras una reclamación satisfecha, no propiciaba ningún tipo de apaciguamiento, sino incluso en ocasiones al contrario»
Manuel Cruz
El Gobierno ha empezado a tramitar los indultos a los condenados por el procés. ¿Sería su concesión una medida deseable?
Mucha gente tienda a dar por descontado que sí, sobre la base de que contribuiría a rebajar la tensión política y social, propiciando la oportunidad de emprender algún tipo de diálogo orientado a encontrar una solución al conflicto. De dar lugar a este efecto, me parecerían en principio deseables los indultos. Mi única reserva tiene que ver con el hecho de que el independentismo, a lo largo de estos años, ha dado sobradas muestras de que, tras una reclamación satisfecha, no propiciaba ningún tipo de apaciguamiento, sino incluso en ocasiones al contrario, pues interpretaba dicha satisfacción en términos de victoria política que significaba un paso en la dirección de aproximarse a los objetivos de su lucha.