Marçal Sintes, en El Periódico, el agosto pasado, planteaba una cuestión sobre el independentismo y la monarquía que a nadie le apetece afrontar: «¿Realmente el independentismo debe invertir grandes energías y esfuerzo en cuestionar la monarquía española, y hasta qué punto ello contribuye a conseguir un referéndum sobre el futuro de Catalunya?» Un referéndum que al fin y al cabo, si llegara a plantearse, tendría que contar con el acuerdo del jefe del Estado, sea rey o sea presidente de república.
Desde una posición que pretende ser objetiva y desapasionada, Sintes entiende que «durante muchos años la monarquía se justificó por su funcionalidad, es decir, porque se consideraba que había producido y producía buenos resultados, porque resultaba útil. Era una legitimidad, pues, no de origen sino relacionada con la contribución al interés general», pero que «Felipe VI no puede exhibir ningún aval comparable a los de su padre».
Sin embargo afirma que el independentismo haría bien en no obsesionarse con la cuestión, entre otras razones porque no parece haber en la sociedad española una mayoría dispuesta «hoy por hoy a dejar caer la monarquía, todo lo contrario», y porque «los embates desde Catalunya más que debilitarla refuerzan a la corona a ojos de muchos españoles y también de aquellos que, por convicción u oportunismo, la enarbolan como la garantía de la estabilidad».
En un ejemplo de sentido común, nada habitual en los últimos tiempos, Sintes añade finalmente que «nadie puede estar seguro de que la —improbable— desestabilización española dará lugar a una salida democrática al problema de Catalunya (…) podría darse perfectamente el efecto contrario».
El Rey hizo lo que tenía que hacer
El independentismo, que si algo ha demostrado en los últimos años es su carencia de sentido práctico, insiste en desacreditar a la jefatura del Estado en cualquier ocasión. Los grandes temas a que recurre habitualmente son tres: relacionarla con la corrupción, usando los asuntos aireados en los últimos años del reinado de Juan Carlos—; señalar la instauración de la monarquía por parte de la dictadura anterior como pecado original que invalida toda su actuación política, y reprochar al rey Felipe su discurso del 3 de octubre de 2017, en el que se mostró contrario a aceptar ningún chantaje independentista.
Ese día, según Salvador Sostres, «el Rey hizo lo que tenía que hacer» —La abuela sin macarrones—. Comentando, en Abc, las protestas organizadas en Barcelona el pasado día 9, Sostres afirma: «A estas demostraciones patrióticas al principio acudía un poco de todo pero ha ido quedando sólo el resto (…) Confundir la manifestación de ayer con una muestra representativa de los catalanes es exactamente lo mismo que ir a un burdel a reclamar amor. Todo fue folclórico, escaso, desolador, y de tan cutre, más ofensivo para los que participaron que para Felipe VI.»
Desde hace más de diez años se atribuye a Aznar la idea que la catalana es una población enferma. Los hechos, lamentablemente, le han dado la razón y cada vez más gente opina lo mismo. Sostres, entre muchos otros:
«Cataluña es una sociedad enferma, que en muchos aspectos ha perdido el contacto con la realidad, y con su propia dignidad, pero incluso entre los gravemente afectados hay niveles de perdición, y los lamentables 1.500 de ayer, entre plaza Palacio y Colón, eran la última pregunta de un movimiento que ha fracasado en todo lo que ha intentado, con la impotencia añadida de saber que el fracaso ha sido debido a su infinita mediocridad y a que son unos cobardes.»
El discurso del 3 de octubre de 2017
Joaquín Luna, en La Vanguardia, comenta la extraña necesidad de hablar del Rey que experimentan tantos partidarios de la secesión, en El independentismo perdonavidas y Felipe VI.
«Si el independentismo fuese un movimiento racional y no identitario, podría detestar al Rey porque encarna al enemigo, pero nunca se le ocurriría exigirle disculpas cada vez que visita Catalunya con el manido pretexto del discurso del 3 de octubre. El mundo no funciona así, y quizás deberían plantearse por qué toda la comunidad internacional ha dado y da la espalda al independentismo. En la vida conviene ser consecuente: nadie espera que a quien insultas, tratas de destruir o perdonas la vida se ponga de tu parte.»
Comentando aquel discurso, que no tenía el propósito de soliviantar a los independentistas, ya sobradamente soliviantados, sino tranquilizar los ánimos de los no independentistas, Luna afirma que «es falso que refrendase el “a por ellos”: omitió mencionar a las fuerzas policiales. Y es una fake news que pidiese a empresas irse de Catalunya. Se fueron solitas por una incertidumbre irresponsable.»
Y así recuerda los hechos de hace tres años: «El independentismo deroga el Estatut y la Constitución por mayoría simple, organiza un referéndum “vinculante” pese a la desautorización de la Comisión de Venecia —el órgano de Europa para evitar juergas secesionistas—, farolean con proclamar una república sin mayoría social… ¡y se indignan porque el jefe del Estado que tratan de destruir no les dio ánimos!»