El tribunal de Arrufat

El ex diputado de la CUP Quim Arrufat en una imagen de archivo (Europa Press).

En un extraño vídeo, el ex líder de la CUP Quim Arrufat, también ex diputado y ahora profesor universitario, ofrecía hace unos días su versión de lo sucedido en el seno del partido a raíz de haber sido acusado en dos ocasiones de supuestas agresiones machistas o sexuales, no queda del todo claro, a dos compañeras de batalla. Un par de cosas llaman poderosamente la atención. Por un lado, el tribunal cupaire encargado de enjuiciar los hechos y de imponer la correspondiente sanción y, por otro, todo lo que, según Arrufat, ha supuesto para él este escándalo sorprendentemente evaporado de la cosa pública menos de 12 horas después de haber estallado.

Muy resumidamente, Arrufat fue acusado de sendas agresiones a dos mujeres cupaires. Con la primera, el partido no disponía de un protocolo de actuación pero, deprisa y corriendo, montó una «comisión feminista» que dio la razón a la víctima y castigó al entonces diputado y líder a cosas tan sorprendentes como no coincidir con ella en actos públicos o ir a terapia. Con la segunda acusación la cosa se le complicó a uno de los políticos que más soberbia ha gastado en el Parlament. La ya formalmente llamada Comisión Feminista, con entidad propia dentro del partido, consideró que, en esta ocasión, se trataba de una agresión sexual grave y, antes de anunciar su expulsión, fue el propio Arrufat el que abandonó la formación y se dio de baja de la misma.

No conozco ningún partido o empresa que cuente con protocolos de actuación para afrontar las agresiones sexuales o machistas en su seno. Solo los cupaires tienen su propio código de tipificaciones y sanciones, del que se encarga la Comisión Feminista. Y castigan con terapia o absurdas prohibiciones hechos que el Código Penal contempla como delitos con graves penas de prisión. La locura en este caso tiene una sencilla explicación. La CUP es antisistema y separatista y, como tal, desprecia profundamente la Justicia española. Eso aclararía también cuestiones tan deplorables como la de no invitar a las víctimas de este tipo de agresiones a denunciarlas ante los tribunales. Mala cosa que te agreda un cupaire, hermana. Además de jodida, callada.

El problema es que el machista que agrede no lo hace una sola vez y suele mofarse de cualquier sanción de esplai como las que impone la Comisión Feminista cupaire. En el caso de Arrufat, de ser cierto todo lo publicado y lo que él mismo ha reconocido, ha quedado claro que de nada le sirvieron los castigos pues, presuntamente, repitió conducta.

El ex líder de la CUP ha esperado casi una semana para ofrecer su peculiar visión de lo sucedido. Lo ha hecho en un vídeo publicado en redes sociales y en el que admite que, en el primer caso, causó «cierto dolor» a la víctima. ¿Dolor de qué tipo? ¿Moral, físico, sentimental, laboral? No lo aclara. Pero se defiende afirmando que la terapia le fue estupendamente y que la entonces comisión no oficial le dio el visto bueno. Sobre el segundo caso, es aún menos explícito y habla de una charla telefónica en la que la víctima entendió que el ex diputado se estaba sobrepasando. De esta charla dedujo la Comision Feminista que Arrufat había cometido una agresión sexual de nivel 3, de los 4 que contempla el código del partido. ¿What the fuck?

Aparenta Arrufat estar abatido y relata cómo ha sido víctima de amenazas con llevar sus secretos a los medios. Y como la arrogancia no le abandona, en un momento dado, se pregunta: «No sé qué más puede hacer esta gente. La mayor (publicar los hechos) ya la han explotado y quemado». Una frase que, desde fuera, tiene toda la pinta de reto. Al fin y al cabo, nada le ha sucedido porque, por suerte para él, las agresiones sexuales en este país no son perseguibles de oficio y, si la víctima no denuncia, no hay nada que hacer.

Lo que no explica el presuntamente triste Arrufat en ningún momento es por qué no denunció en su día que estaba siendo víctima de gravísimas acusaciones. Nadie podía asegurarle que las supuestamente afectadas por su conducta no acudieran a la Justicia. Nada dice tampoco sobre por qué no reveló que alguien desde la dichosa Comisión Feminista le amenazaba, según él mismo explica ahora, con llevar el escándalo a los medios. Una cosa es no creer en la Justicia y otra exponerse a ir a la cárcel alegremente.

Una puede pensar «que con su pan se lo coman». El problema es que la CUP es un partido con representación parlamentaria que, nunca se sabe, puede ser determinante para formar un Govern. Un partido en el que, además, lo de no respetar a las mujeres debe estar a la orden del día cuando se han visto obligados a crear su propio código penal al respecto. Y, entonces, llegan las preguntas sin respuesta: ¿qué creen los cupaires que significa defender a las víctimas? ¿Por qué dejan a estas en un limbo en el que, al final, depende de la buena voluntad del agresor dejar de agredirlas? ¿Qué sistema puede funcionar en base a amenazas? Y, quizás la más importante, pues, al fin y al cabo, la CUP difícilmente tendrá en sus manos algún día la gestión de la cosa pública, ¿cómo es posible que apenas a nadie escandalice que un partido tenga sus propios tribunales internos para juzgar delitos tan graves al margen de la Justicia ordinaria?

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