Jordi Xargayó, director del Diari de Girona, se pregunta si al final no será Torra el más listo de todos, pues ha pasado «de rozar la ruina económica a principios de esta década a tener el futuro garantizado con elevados sueldos vitalicios».
Prescindamos de su trayectoria profesional anterior, y veamos cuál es su situación después de pasar un tiempo presidiendo la Generalitat:
«Ahora Torra cobrará 122.400 euros anuales (cinco veces el sueldo medio de los catalanes) por no hacer nada, un salario que casi duplica el del presidente en activo del Estado opresor. Tendrá un despacho, tres puestos de trabajo adscritos a su servicio (el responsable de su oficina cobrará 106.676 euros anuales) y los gastos necesarios (no se cuantifican) para “el sostenimiento de una oficina adecuada a las responsabilidades y a las funciones ejercidas, y la dotación presupuestaria para el funcionamiento ordinario de esta oficina y para las atenciones de carácter social y protocolario que correspondan”, según contempla la Ley 6/2003. También tendrá un coche de representación con chófer y servicios de seguridad.
»Y cuando se jubile, su retribución será de 92.000 euros anuales (casi seis veces más que la pensión media de los catalanes). Una recompensa por haber hecho de vicario durante dos años y medio, y haber conducido a Cataluña al abismo institucional, político, social y económico. Privilegios de país rico, que ayudarán a Torra a soportar mejor la opresión y la represión que sufre.»
Es toda una lección, para los que lamentan cuánto nos cuesta la Casa Real, ver cuánto puede llevarse un republicano por haber encabezado una administración autonómica, sin ni siquiera haber completado una legislatura de cuatro años. Si hay argumentos a favor de una república española, desde luego el económico no es uno de ellos.
La república imposible de Torra
David Miró, en el Ara, intenta responder, sin atisbo de ironía, a la pregunta ¿Por qué Torra no ha conseguido la República? . Pues porque lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible. Por más ilusión que uno le ponga, y sin duda Torra le ha puesto mucha, no es suficiente con desearlo.
Miró se centra en la dimensión internacional de la cuestión, que los procesistas siempre han preferido pasar por alto, remitiéndose a la conjetura de que, llegado el momento, la comunidad internacional nos va a recibir con los brazos abiertos, en contra de todas las opiniones formuladas hasta ahora desde instancias oficiales:
«La habilidad y la determinación de los líderes es, ciertamente, una variable importante en los procesos de independencia, pero ni mucho menos es la más decisiva. Por poner un ejemplo histórico conocido, hay cierto consenso en que los padres fundadores de los Estados Unidos (Washington, Jefferson, Franklin, Adams, etc.) eran personas brillantes y muy preparadas. Pero también es evidente que los colonos estadounidenses no habrían podido derrotar al Imperio Británico con las armas sin contar con la ayuda de Francia y la colaboración puntual de Alemania e incluso de España, que vieron en aquel conflicto una oportunidad para debilitar a su enemigo común. Por lo tanto, la independencia americana no fue un proceso unilateral sino multilateral, en el que los estadounidenses supieron jugar bien sus cartas y, por supuesto, asumieron un coste elevadísimo en muertes y destrucción.»
Finalmente alguien dice que la unilateralidad, por decidida que sea, nunca es suficiente. Siempre que se produce una secesión, otras potencias han intervenido o influído en el desenlace, como se vio en Cuba, Irlanda o las repúblicas bálticas, por citar ejemplos de la historia contemporánea que fueron acogidos con admiración por los secesionistas catalanes. La independencia no es inconcebible, lo que es inconcebible es el surgimiento de una república sin apoyo alguno en medio de la Unión Europea.
La nación, arruinada
En El País, Xavier Vidal-Folch —El oasis ya es un desierto—, al día siguiente a su inhabilitación, calificó el bienio Torra de «desastre sin paliativos», por cuanto «ha aportado el recrudecimiento de los males desencadenados por sus predecesores. Ha desafiado desde el Ejecutivo al Legislativo, denostando al Parlament y presionándole a delinquir. Ha atacado al poder judicial, incluidos los tribunales barceloneses. Y ha llevado el espíritu de enfrentamiento, enmascarado como “confrontación”, contra sus propios socios de Esquerra, boicoteando la Mesa de diálogo o sus intentos pactistas; contra el partido que le propuso, el PDeCat, al que ha fracturado con la ayuda de Waterloo, decapitando a los moderados; contra instituciones como el Consell de Garanties; contra sus propios funcionarios, especialmente los Mossos defensores del orden.»
A tan triste balance, se añade la falta de esperanza en lo que pueda suceder después de las próximas elecciones: «De no producirse un milagroso giro absoluto, cabe esperar que a similitud de resultados electorales (eso no está aún escrito) se reproduzca un esquema de parecido gobierno de coalición independentista, que ni hace ni deja hacer: con las fracturas, ineficacias, deslealtades y odios ya experimentados. Cansinos.»
En los tiempos en que se calificaba a los catalanes de laboriosos y emprendedores, un lugar común que tenía bastante de cierto, decir de alguien que no hacía ni dejaba hacer era un insulto considerable. Ahora se puede aplicar a gran parte de la clase política y nadie se inmuta.
Concluye Vidal-Folch subrayando la nota pesimista: «Resulta probable que no sean solo defectos episódicos de los implicados, sino un mal endémico, sistémico y permanente de la imposible fórmula secesionista. ¿Y la nación? ¡Ah! Arruinada.
JxCat, más de los mismo pero peor
Josep Martí Blanch, en El Periódico —Les bromes porten aigua—, opina sobre JxCat, el nuevo partido que gira en torno a «un doble personalismo; uno a la vista, el de Carles Puigdemont, y el otro de corte más sibilino, el de Jordi Sànchez».
«Lo que puede valorarse con conocimiento de causa, porque ya está aprobada, es la ponencia política del nuevo partido. La resumiremos en seis palabras y una coma: más de lo mismo, pero peor. Como quiera que éste fuese un extracto muy pobre, podemos reformularlo con una expresión más visual del tipo: pedalear en círculo para no ir a ningún sitio. Añadan las ruedas pinchadas y la cadena oxidada para que la metáfora sea completa.»
Las próximas elecciones servirán para ver cuánta gente persiste en repetir una fórmula que se ha demostrada tan ineficaz para el objetivo que se pretende como perniciosa para el país entero.
Martí Blanch es muy escéptico ante el nuevo período de inestabilidad —«una invitación a la anarquía temporal en toda regla, presentada como un prólogo inevitable de la implantación de la república»— que aportaría otro gobierno que en lugar de gobernar se proponga inducir a la desobediencia a ciudadanos y también a funcionarios.
«La confrontación inteligente, que se nos venía anunciando a bombo y platillo, se ha quedado solo en confrontación» —inevitablemente, puesto que la inteligencia hay que traerla de casa, no nace de la confrontación misma— y «más que aprender de los errores, lo que se pretende es persistir en una nueva huida hacia adelante sin atinar para nada con el país complejísimo que tienen bajo los pies». Como todos los populismos, el independentismo huye de la complejidad.
Ni un momento para el momentum
El diario Ara, en El ‘momentum’ que no existió, repasa las promesas incumplidas de Quim Torra: «La sentencia del 1-O no fue el momentum para culminar el Proceso, no se ha ejercitado de nuevo la autodeterminación y tampoco se ha completado el debate constituyente.» Incumplidas por irreales, aunque el Ara se abstiene de decirlo.
Cita algunas de sus frases huecas: «No soy presidente para gestionar una autonomía. Es para hacer la República que me presenté en una lista electoral.» Pues debe sentirse muy fracasado, porque no ha pasado de gestionar una autonomía y no con gran éxito. «No podemos seguir aprobando en el Parlamento más resoluciones sobre la autodeterminación si sus representantes no son capaces de aplicarlas.» Pues que no presenten resoluciones de imposible aplicación; quienes lo hacen son las mismas fuerzas independentistas que apoyaron a su presidencia y su gobierno, algo tendrá que ver el mismo Torra con esa pérdida de tiempo.
Ni siquiera las especulaciones teóricas, libres de toda constricción legal, han llegado a buen término:
«Tampoco tuvo éxito el proyecto de debate constituyente, que respondía al planteamiento de ir de la “restitución” del Govern a la “Constitución” catalana. En octubre de 2018 el presidente presentó el Fòrum Cívic Constituent acompañado de Lluís Llach con la voluntad de establecer un método para discutir temas de país y poner las bases de una eventual carta magna catalana. El trabajo debía culminar en la primavera de 2020, pero a raíz del coronavirus no se ha hablado más de ello.»
Es una lástima, porque las conclusiones de ese debate hubieran servido para ver más claramente qué modelo de sociedad tienen en la cabeza. Eso clarificaría bastante qué nos jugamos en las próximas elecciones.
La inhabilitación, prioritaria
La excusa de la pandemia sirve para un roto y para un descosido. Durante meses Torra se escudó en la lucha contra el virus para justificar que no avanzara las elecciones, como había prometido en enero de este año.
En el debate de política general en el Parlamente, el 16 de setiembre, manifestó que esa lucha era «la primera prioridad del gobierno» y que la convocatoria de elecciones «no es la preocupación ni la prioridad de los catalanes».
Ahora, entrevistado en TV3, ha reconocido que no convocó elecciones porque necesitaba ser presidente en activo para elevar a instancias europeas el caso de su inhabilitación por desobediencia.
Y de paso critica a ERC por pedir repetidamente la convocatoria y no respetar su línea de defensa: «Pedir elecciones era una manera de maquillar la represión.»
La primera prioridad de Torra queda muy clara: «Para poder llevar mi causa a Europa yo necesitaba esta inhabilitación» siendo todavía presidente.