Más ponderado y más realista, el editorial del Ara —Cada cop pitjor— critica la desproporción entre la desobediencia cometida y la condena a la inhabilitación, que supone «un paso más en la absurda judicialización de la democracia española».
Pero no renuncia a decir que algo tiene que ver Torra en que el final de su mandato sea «un final represivo que de hecho nunca ha ocultado que él mismo buscaba» y le reprocha que acabe «su mandato renegando del carácter autonómico del Gobierno que él mismo ha presidido».
Y le reprocha también que, «a pesar de su insistencia en la dedicación absoluta que ha mantenido en los últimos tiempos a frenar el covid, lo primero que ha hecho tras ser apartado por el Supremo ha sido saltarse sus propias recomendaciones y salir a la plaza Sant Jaume para dar-se un baño de masas sin la distancia sanitaria de seguridad».
El editorialista teme por el futuro inmediato de la política catalana —«si hasta ahora la inestabilidad de la coalición de gobierno ya era la norma, ahora nos encontraremos con un ejecutivo aún más débil y con un largo periodo preelectoral»— y certifica que Torra «pone fin a la presidencia como quería: como víctima, dejando la política oficial para situarse allí donde siempre se ha encontrado más cómodo, en la movilización de la calle».