Brillante, ácido, agudo… muchos son los adjetivos que se pueden aplicar al polifacético trabajo del periodista Cristian Campos. Autor de La anomalía catalana (Deusto), Campos, columnista en El Español, decidió no hace tanto irse de la cada vez menos amable Barcelona a la acogedora Cádiz. La decisión ya la tenía tomada con su pareja tiempo atrás pero el irrespirable ambiente de la Cataluña separatista aceleró la mudanza. Algo de lo que, por lo que cuenta en esta entrevista, no se arrepiente.
Se fue hace algún tiempo de Cataluña por culpa del separatismo. ¿Cómo recuerda aquellos momentos?
No le demos tanta importancia al nacionalismo. En realidad, a mi pareja y a mí nos apetecía mudarnos al sur. Yo ya había vivido durante un par de años en Jerez de la Frontera y la opción evidente fue Cádiz por motivos 100% epicúreos: el atún de Barbate, el palo cortado, la posibilidad de vivir a 100 metros de una playa desierta la mayor parte del año, el flamenco y el hecho de que los camareros te sonríen en los bares. Pero algo concedo: si en algún momento cruzó nuestra cabeza alguna pequeña duda, el procés y los lloriqueos del nacionalismo la despejaron de un manotazo. Yo no soy un tipo conocido, soy periodista de prensa escrita y no de televisión o radio, que son los verdaderamente famosos, pero viví alguna situación incómoda en Barcelona poco antes de irme de allí que me llevó a pensar «a tomar por culo, que os aguante las neurosis vuestro padre».
Y ahora, desde la distancia, ¿qué opina de la Cataluña de hoy?
No he hecho las paces aún con Cataluña y menos todavía con Barcelona. Los catalanes demócratas llevábamos años lidiando con el nacionalismo cuando van los barceloneses y votan a Ada Colau como alcaldesa. Si no quieres caldo, toma dos tazas. Necesito más tiempo para hacer las paces con Cataluña y, por supuesto, que esta generación de delincuentes que se ha enseñoreado de la región desaparezca del escenario político antes de plantearme siquiera volver de visita. Dicho lo cual, nadie más allá de cuatro amigos y mi familia me espera por allí, así que tengo poca prisa. Como juicio general, me parece obvio que Cataluña vive una decadencia acelerada por la coincidencia de dos populismos, el nacionalista y el socialista, y que encoge, política y culturalmente, a ojos vista. Es un proceso que se ve muy claramente desde la lejanía y que les conduce a la irrelevancia, pero ellos sabrán.
Todo nacionalismo es de ultraderecha, incluido el de la CUP y ERC. Y, si me apuras, incluso el del PSC con su defensa de la inmersión lingüística.
Cristian Campos
Es autor de ‘La anomalía catalana’. Ellos lo llamarían «fet diferencial», ¿no?
Bien visto. El nacionalismo te lleva a considerar como positivas peculiaridades de carácter a las que en circunstancias normales sólo darías rienda suelta a solas en tu casa, con las persianas bajadas y las paredes insonorizadas con cientos de cajas de huevos. He visto a algún independentista, por otro lado perfectamente irrelevante, vanagloriarse en las redes sociales de ser considerado como «un tocacojones» por el resto de los españoles. Desinfladas las ensoñaciones independentistas de la república catalana y demás fantasías racistas, el nacionalismo ha quedado reducido a eso. A tocarle los cojones a unos españoles que, por otra parte, y te lo puedo asegurar, no suelen dedicar ni un solo minuto de tu vida a pensar en los catalanes. Salvo cuando los catalanes queman su propia ciudad, claro, momento en el que salen en el telediario y los murcianos y los jienenses piensan «mira, ahí están los tocacojones de siempre quemando otra vez su propia ciudad». Como aspiración vital, me parece francamente mejorable.
¿Cómo es posible que un votante de Carles Puigdemont se sienta de izquierdas y progresista?
¡Si sólo fuera eso! También se creen un imperio comercial, tecnológico y cultural. ¿Recuerdas cuando prometían a sus votantes que Estados Unidos, Alemania, Rusia, Japón y Gran Bretaña reconocerían la república catalana? Lo decían incluso de Francia, posiblemente el país más jacobino del mundo, lo que demuestra la realidad distorsionada, puramente sicalíptica, en la que vive esta gente. En realidad, todo nacionalismo es ultraderecha, incluido el de la CUP y ERC. Y si me apuras, incluso el del PSC, con su defensa de la inmersión lingüística. Ahora está de moda la idea, puro Mr. Wonderful, de que tus percepciones, tus sentimientos y tus caprichos definen tu realidad. Así que los votantes de Carles Puigdemont pueden creerse de izquierdas, progresistas y hasta Raffaella Carrá, si quieren. Pero son sólo ultraderechistas. Punto. Dicho lo cual, no considero que, visto lo visto, ser de izquierdas y progresista, en el sentido actual de esos dos términos, sea algo especialmente admirable. Así que les regalo todo el izquierdismo y el progresismo que quieran.
Espero que Puigdemont y Junqueras cumplan todos los años de prisión que determine el Tribunal Supremo, hasta el último día de condena.
Cristian Campos
¿Es Puigdemont una caricatura de sí mismo? ¿Del independentista medio?
Yo he llegado a sentir compasión por él en alguna ocasión. Pero es que su ridículo ha sido sideral. Por trabajo, hablo habitualmente con políticos del Parlamento Europeo, no siempre españoles. Todos ellos, con la excepción de los ultraderechistas churriguerescos de rigor, lo consideran un friki. Pero cuando empiezo a sentir esa compasión recuerdo entonces el golpe de Estado que él y Junqueras dieron en 2017, y que podría haber degenerado fácilmente en un conflicto civil, y se me pasa cualquier asomo de piedad que pueda sentir. Espero que Puigdemont y Junqueras cumplan todos los años de prisión que determine el Tribunal Supremo, hasta el último día de la condena, y esa es un poco la respuesta a la pregunta.
ERC a veces llega a parecernos una víctima de JxCat. E, incluso, se nos olvida que Oriol Junqueras también formó parte del otoño de 2017 catalán. Es más, cumple condena en la cárcel por ello. Sin embargo, hoy somos capaces de verlos o de aceptarlos como defensores del diálogo y de la negociación. ¿Hasta qué punto crees que esta postura es sincera?
Junqueras me da una pereza enorme. Esa insistencia jesuita y casi malsana en la idea de que él es una buena persona debería ser analizada por un psiquiatra y no por un periodista como yo. Por supuesto, Junqueras es un personaje moral, intelectual y políticamente tan poco recomendable como Pedro Sánchez. Sí es taimado y pasivo-agresivo, como todo vaticanista, y es obvio que conoce perfectamente, como conoce cualquiera con un cociente intelectual superior al de un calçot, que la independencia es imposible. Toda su aspiración es ganarle unas elecciones regionales a Convergència, rentabilizar su imagen de mártir, vengarse de Puigdemont y mantenerse en el machito prometiendo la independencia a los suyos, que le comprarían eso, un crecepelo y hasta una parcela en Saturno, si se la vendiera con la promesa de que los catalanes colonizarán el planeta en 2021. Intuyo también que piensa que puede estafar a Pedro Sánchez antes de que Sánchez le estafe a él. Buena suerte con ello.
Pasarán generaciones hasta que vuelva a nacer un político catalán capaz de arriesgar la cárcel con un golpe de Estado como el de otoño de 2017.
Cristian Campos
Los republicanos hablan de «ampliar la base» y la posconvergencia de resucitar la DUI. ¿Piensa que realmente volveremos a vivir la tensión de septiembre y octubre de 2017?
No. Si alguna virtud ha tenido la muy benévola sentencia del Tribunal Supremo ha sido la de meterles a estos caciques de almacén de barretinas el temor de dios en el cuerpo. Pasarán generaciones hasta que vuelva a nacer un político catalán capaz de arriesgar la cárcel con un golpe de Estado como el de septiembre y octubre de 2017. Ruido, eso sí, harán todo el que puedan. Sus lagrimas fluirán como Orinocos por el paseo Lluís Companys. Pero no pasarán de molestias temporales que, por otra parte, sólo padecerán al 100% los ciudadanos catalanes.
¿Cómo explica que dos formaciones como estas puedan seguir sumando más de 2 millones de votos? No es habitual hoy en día esa lealtad a los partidos. El que más podía presumir de algo así era el PP y hace tiempo que dejó de disfrutar de esa ventaja, por llamarlo de alguna manera.
Porque cuando has invertido tanto tiempo, tanto dinero y tanta energía en una causa que se ha demostrado no ya falsa, sino esperpéntica, reconocer que has hecho el canelo cuesta horrores. Si además tu familia, tus amigos, tus políticos, tu televisión y el que te vende los misales siguen insistiendo en que la causa no ha muerto, sino que sigue tan viva como siempre, los incentivos para bajarte del burro y reconocer que has perdido media vida embistiendo molinos, y no gigantes, desaparecen casi por completo. Es como pedirle al miembro de una secta que salga de esa secta en un mundo en el que todo dios pertenece a ella.
Sánchez hará todo lo que haga falta, y eso incluye un referéndum de independencia en Cataluña, para mantenerse un solo día más en el poder.
Cristian Campos
¿Puede el Gobierno central de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias darnos algún susto en relación a la celebración de un referéndum pactado o de una amnistía de los llamados «presos políticos»?
Por supuesto. Pedro Sánchez hará todo lo que haga falta, y ese «todo» incluye un referéndum de independencia en Cataluña, si lo considera necesario para mantenerse un solo día más en el poder. La suerte, por ahora, es que ese referéndum no le es necesario en absoluto. Las cosas, eso sí, podrían cambiar pronto. La opción más probable no es, sin embargo, un referéndum de independencia, sino lo que pide el PSC y que supone el verdadero peligro: un estatus «especial» para Cataluña que le permita seguir ligada a España a la hora de chupar del bote común, pero desentenderse de ella a la hora de contribuir a ese bote. Esa es la verdadera victoria que tiene al alcance de su mano el nacionalismo si juega sus cartas con inteligencia. Lo cual es mucho pedir, dado que la barretina les aprieta las meninges con fuerza.
¿Volverá algún día a Cataluña?
Claro. Todo hombre tiene un precio. A partir de 20 millones de euros anuales libres de impuestos hablamos. Por 40 sería capaz incluso de visitar Gerona durante unas horas.