Dicen que cuando el diablo no tiene nada que hacer, mata moscas con el rabo. El refrán es perfectamente aplicable a Carles Puigdemont, ex presidente del Govern, fugado de la Justicia española, eurodiputado, líder del nuevo JxCat, presidente del Consell per la República y, además, el principal responsable de que la tan ansiada unidad independentista haya saltado por los aires.
El último movimiento de Puigdemont ha sido borrar cualquier rastro de su anterior partido, el PdCat, del equipo de Quim Torra en la Generalitat. Solo eso explica el cese fulminante de la hasta este jueves consellera de Empresa, Àngels Chacón, quien, además, será muy probablemente la número 1 de la lista electoral del PdCat para las próximas autonómicas. Nadie ha responsabilizado directamente a Puigdemont de la salida de Chacón del Ejecutivo autonómico pero las insinuaciones al respecto no han sido precisamente sutiles. El portavoz del PdCat, Marc Solsona, ha dicho tras el cese de su compañera de partido que «hay que leer entre líneas» porque «han pasado muchas cosas esta semana». Cosas como que numerosos miembros del PdCat hayan roto el carnet de la formación para afiliarse al nuevo JxCat liderado por Puigdemont. Solsona también se ha preguntado el por qué del cese de Chacón. Una pregunta que, ha dicho, «se contesta sola».
Actividad frenética en el «exilio»
En su búsqueda de liderar a como dé lugar el independentismo, Puigdemont no ha dejado títere con cabeza. Durante los últimos meses, y garantizado sueldo y escaño en el Parlamento europeo, el ex presidente del referéndum ilegal ha desplegado una frenética actividad con el fin de lograr erigirse en líder del separatismo catalán. El mítin de Perpignan dos semanas antes de declararse el estado de alarma es un buen ejemplo de ello. Y ya confinados, mostraba su determinación a ser el número 1 de Cataluña con gestos como ordenar a Torra a finales de marzo que declarara el encierro total de los catalanes, cuando todos los españoles observaban atónitos y aterrados la progresión de la pandemia del COVID-19 durante la primera fase del estado de alarma, que decretaba no salir de casa salvo para trabajar, hacer la compra o ir al médico. Dos meses más tarde, Puigdemont lanzaba un nuevo toque de atención a un Torra que estaba cobrando más protagonismo del que el ex presidente consideraba necesario. En el digital La Mordaza, dejaba claro que él era el que daba las órdenes y que el vicario Torra se limitaba a «enviar mensajes«.
Controlado el afán de relevancia de Torra y con la pandemia ya relativamente estabilizada, Puigdemont volvía su mirada hacia su propio partido, el PdCat, el cual tenía previsto fusionar en JxCat a través de la Crida Nacional per la República presidida por Jordi Sánchez. Comenzaba entonces la presión hacia los de David Bonvehí para que acataran sus órdenes y se pusieran a su disposición para alcanzar la Presidencia de la Generalitat, aunque fuera por vía telemática, y poner en marcha su objetivo de declarar unilateralmente la independencia. Algo que en el PdCat se rechaza de plano porque los herederos de la antigua Convergència no ven con buenos ojos una ruptura violenta con el Estado y son más partidarios del diálogo para conseguir, al menos, la celebración de un referéndum legal sobre la autodeterminación de Cataluña. Y más en un contexto de crisis como en el que actualmente se encuentran tanto la comunidad autónoma como España.
Apropiación de siglas y lágrimas desde prisión
Mientras públicamente hacía permanentes llamadas a la unidad del separatismo, organizaba la presunta apropiación indebida de las siglas de JxCat al PdCat, propietario de las mismas. Una usurpación que ha acabado en los tribunales y cuyo resultado no se conocerá hasta dentro de algunos meses. La representación legal del PdCat podría pedir como medida cautelar que Carles Puigdemont no pueda utilizar las siglas de JxCat hasta que no haya sentencia. Algo que, en principio, debía tener previsto el ex presidente pues, en los primeros comunicados sobre la creación del partido, este se llamaba únicamente Junts.
Por si esto no fuera suficiente, los ex consellers del PdCat que cumplen condena por el referéndum ilegal del 1-O hacían un llamamiento público a su formación para integrarse en JxCat. Un gesto cargado de sentimentalismo, como todo lo que rodea a los llamados «presos políticos» catalanes, con el que se esperaba la rendición del partido liderado por Bonvehí. Algo que tampoco sucedió.
La baja del partido de miembros destacados del Govern como Meritxell Budó, Miquel Buch, Damià Calvet y Jordi Puigneró no fue tampoco motivo para que Bonvehí y su equipo aceptaran las órdenes de Puigdemont. Y el último capítulo de lo que Gabriel Rufián ha llamado «guerra civil» ha sido el cese de Àngels Chacón. Un gesto que en el PdCat no ha caído precisamente bien y ante el cual estudiarán en los próximos días qué hacer, a través de los diputados autonómicos y en el Congreso que aún son leales a la formación.
Marc Solsona no ha desvelado si el PdCat romperá con JxCat e, incluso, ha asegurado que el presidente del partido mantiene los «canales abiertos» con la formación de Puigdemont. Sin embargo, son muchos los que piensan que desde este jueves la alianza del PdCat con el Partit Nacionalista de Catalunya (PNC) de Marta Pascal está mucho más cerca de lo que pudiera parecer. Una alianza que atomizaría aún más la derecha independentista, en contra de los deseos de un Puigdemont que, a pesar de todo, se sigue viendo a sí mismo como el único líder capaz de reactivar el procés y lograr el objetivo de la ruptura con España.
La guerra contra ERC
Si Puigdemont ha arrasado con sus propios aliados, otro tanto ha intentado hacer con los socios de Govern de JxCat, los republicanos de ERC, a los que no ha dado un respiro desde el pasado mes de enero. Es difícil saber si la inhabilitación de Quim Torra aceptada por el republicano presidente del Parlament, Roger Torrent, pesó más que el acuerdo alcanzado entre el PSOE y ERC para la creación de la mesa de negociación en la animadversión de la posconvergencia liderada desde Waterloo por el ex presidente. Lo cierto es que ambos factores fueron considerados como un ataque inaceptable.
Pero de ellos se hizo seguramente también otra lectura: el independentismo de calle ya no huele a radicalismo, como sí sucedía en 2017. ERC supo interpretar la situación y prefirió girar hacia el diálogo, con la bendición de Junqueras desde Lledoners. Y ha sido esa postura la que ha permitido, por ejemplo, organizar la mesa de negociación con el Estado pero también lograr algunas medidas económicas y sociales aprobadas durante el confinamiento y negociadas directamente entre Pedro Sánchez y Pere Aragonés.
Así las cosas, en estos momentos el separatismo catalán, a pesar de dominar la práctica totalidad de las instituciones, se encuentra más dividido que nunca. Esa división seguramente haya llevado a Puigdemont a frenar a Torra en su intención de convocar elecciones. Y no porque crea que el constitucionalismo tiene alguna posibilidad de gobernar, sino porque, por un lado, Puigdemont quiere pasar a la Historia con mayúsculas y, por otro, el recuerdo de los tripartitos entre ERC, el PSC y la Iniciativa hoy convertida en En Comú-Podem está aún muy presente. Nadie sabe qué sucederá en los próximos meses en una Cataluña especialmente azotada por la pandemia. Pero lo que sí se ha alejado este jueves es la posibilidad de acudir a las urnas y, sobre todo, la de volver a vivir un otoño caliente como el de 2017. Salvo que Puigdemont desee lo contrario, claro.