En el Ara, Toni Soler hace un resumen bien ponderado del reinado de Juan Carlos —Que le quiten lo bailao—: «En 1975 tenía por delante la difícil misión de conducir España a la democracia a pesar de su pecado original —la designación directa como heredero por el dictador—. Todo ello en un contexto de crisis, con la oposición democrática (¡y republicana!) en ebullición, y un ejército acostumbrado a intervenir en política. El reto era gigantesco y hoy, con la perspectiva que da el paso del tiempo, hay que admitir que obtuvo buena nota.»
Sin embargo, «este balance no es sólo mérito del monarca, sino de todas las ramas del aparato del Estado, que no han dejado de alabarlo, protegerlo y encubrirlo, al amparo de una Constitución hecha a medida y la complicidad del grueso de una sociedad española que (…) entendió que su joven figura era clave para superar el trauma de la guerra civil.»
Las «jugosas comisiones» y su «vida sexual agitada» eran aspectos relativamente conocidos que no alteraban su prestigio, pero «a medida que el recuerdo del franquismo y el miedo a una nueva guerra civil se iban desvaneciendo, la figura del rey comenzó a deteriorarse. En gran parte por su culpa: había llegado a pensar que realmente era intocable».
Cuando la situación se hizo insostenible, «hubo modestas manifestaciones de signo republicano, pero la Corona sólo era puesta realmente en cuestión por Podemos y por el soberanismo catalán, es decir, la periferia, en todos los sentidos». Ahora, «las informaciones periodísticas (de la prensa extranjera, claro) y las indiscreciones de su antigua amante [han] llevado el escándalo a un nuevo nivel de estridencia, intolerable incluso en España.»
El editorial del mismo diario ve cercano el final de la monarquía y del «régimen del 78»: «Sólo ha hecho falta que una parte de la prensa se liberara de la censura y el espíritu cortesano que durante años prevaleció en España a la hora de informar sobre la casa real (y que algún día habrá que estudiar a fondo como un capítulo triste del periodismo en España) y que un fiscal suizo se atreviera a investigar sobre el dinero que el ex jefe de estado tenía depositados para que toda la imagen idílica construida durante años alrededor de Juan Carlos I cayera como un castillo de naipes (…) En democracia la pervivencia de la monarquía depende exclusivamente de la aceptación por parte de sus súbditos. Y cuando falla es la institución misma la que se tambalea.»