El 26 de junio anochecimos con la trágica noticia del fallecimiento de Paco Frutos. Con una izquierda vendida, salvo contadas excepciones, a los opresores brazos del nacionalismo, cualquier personaje público perteneciente a esa tendencia ideológica que se desmarque de ello merece, por su valentía, un notable reconocimiento, más allá del que le sea propio por otros aspectos de su trayectoria vital. Digo a menudo que los constitucionalistas buscamos afines de izquierdas debajo de las piedras y que ni así los encontramos. Probablemente, la razón más evidente tenga que ver con el acuerdo implícito que, a partir del 81, izquierdas y nacionalismos sellaron para estigmatizar, Franco mediante, a la incipiente derecha democrática. De aquellos barros estos lodos, siendo el más viscoso de todos ellos la mil veces maldita inmersión lingüística.
La inconsistencia del razonamiento anterior es la misma que cualquier otra que pretenda explicar un hecho del presente remontándose al pasado: muchos de los participantes en este no se ven influenciados de forma directa por una historia que ni siquiera han vivido. Por supuesto que se puede superar este escollo de muchas maneras, pero reflexionando sobre mantras (los lemas de siempre), simbología (los cansinos lazos amarillos) y fanatismo (la Vía Eslovena como yihadismo laico) no he podido sino llegar las intrépidas aguas intelectuales del sociólogo decimonónico Émile Durkheim, cuyo análisis del fenómeno religioso goza aún hoy en día de plena vigencia.
Durkheim consideró que no era posible desvincular el sentimiento religioso de su función social, en este caso, la de su condición de herramienta de cohesión y solidaridad entre individuos. Cuando la heterogeneidad dentro de un determinado grupo no es demasiado elevada (tal y como sucede en conjuntos de personas que comparten un elemento común, como la ideología), los integrantes del mismo tienden a buscar referencias comunes que ejerzan un rol aglutinador y reafirmen su identidad como ente autónomo y singular. ¿Cómo casa esto con el matrimonio entre izquierda y nacionalismo? En primer lugar, porque ambos parten de una concepción en la cual es el colectivo, y no el individuo, el depositario de atención; en segundo lugar, por el tan arraigado comportamiento gregario de nuestra sociedad, que tiende a priorizar la conformación de redes de interacción interpersonales amplias respecto a la atomización grupal.
El sectarismo hará que siempre miren con malos ojos a aquellos que se resisten a compartir con ellos la anteposición de la patria a cualquier otro fin más tangible
En referencia a lo anterior, el problema viene dado porque la izquierda, ingenua en su carácter conciliador, no se ve correspondida por un nacionalismo que no puede escapar, puesto que esos son sus cimientos, de actitudes supremacistas. La plasmación práctica, el sectarismo, hará que siempre miren con malos ojos a aquellos que se resisten a compartir con ellos la anteposición de la patria a cualquier otro fin más tangible; sólo hace falta ver la indiferencia con la que la izquierda nacionalista (permitidme la contradicción) ha respondido al fallecimiento de Juan Marsé, por encima de todo, prosista del mundo obrero.
Es de sobras conocido que los hijos del pujolismo no tienen remedio; más fácil es hacerles creer que Cervantes era catalán que no que el sistema de solidaridad interterritorial está en línea con el de otros países del entorno. A estas alturas de la película, cualquier clase de pedagogía está orientada al fracaso. Orientemos, pues, los esfuerzos en ese sentido a que a todos aquellos que creen en la libertad, la igualdad y la fraternidad desde una perspectiva progresista pasen a contemplar el nacionalismo con su auténtico rostro: el que posee afilados dientes untados con el veneno de la xenofobia.