Siguen las reacciones a la entrevista a Oriol Junqueras en TV3. El título de este artículo de Ferran Sáez en el Ara lo dice todo: La cárcel no te convierte en un Mandela. En general, no ha gustado el tono, «a medio camino entre la sobreactuación y la banalidad». Pero es que el presidente de ERC siempre ha sido así, y esto es algo que la cárcel no ayuda a mejorar.
«Junqueras repetía con obstinación a quién había ido a ver esa semana y otras cosas por el estilo. No respondió ni una sola de las preguntas que le hizo el periodista, como es su costumbre. Parecía que lo importante era explicar con quién se había reunido en los últimos días, intercalando lugares comunes de mitin sobre el componente social del independentismo o sobre su entrega abnegada a la causa.»
A Ferran Sáez le molesta especialmente la frase: «Quien cuestione lo que hemos hecho hasta ahora, que venga y se pase tres años en prisión.» Y la despacha con esta comparación: «En mi familia, tanto paterna como materna, esto de la prisión y los campos de concentración era un tema muy, muy cercano. Aún así, no me imagino a ninguno de mis abuelos haciendo callar a nadie con este pseudoargumento, y eso que no estamos hablando exactamente del mismo tipo de establecimientos penitenciarios.»
Su veredicto no puede ser más inapelable: «Domingo quedó dolorosamente claro que la cárcel no te transforma necesariamente en Nelson Mandela. De hecho, puede llegar a pasar justo lo contrario.» Y subraya la «cuestión no resuelta», que «sigue siendo la incapacidad de asumir unos despropósitos que terminaron afectando al conjunto de la sociedad catalana».
El caudillo que se largó
Roger Heredia, en el Nacional, lanza una diatriba contra el ilustre exiliado que contrasta con las maneras condescendientes y melifluas a que nos tienen acostumbrados: «El president Puigdemont parece definir una estrategia que consiste en la pelea sistemática como modus operandi. Sus libros son, siempre, un compendio de reproches. Parece haber nacido más que para ganar algo, para pelearse. Sus constantes purgas y mutaciones de siglas, renegando de su trayectoria política, ocultándola, tienen poco que ver con su interesada apelación a la unidad, siempre en clave electoral.»
Son palabras contundentes para retratar a un personaje que parece conocer bien: «No sabemos exactamente qué propone estratégicamente, no lo sabe ni él (…) Pero sí sabemos contra quién se lo propone, en qué gasta sus energías [se refiere a ERC] (…) De pelea en pelea, sin tregua. Se pelea con buena parte de los suyos mientras premia a los incondicionales.» Olvida Heredia que la inconcreción es algo que le ha proporcionado una buena base electoral y que sus seguidores parecen agradecer, para ahorrarse el trabajo de pensar.
Contraponiéndolo a Junqueras, cuyos movimientos son «en beneficio de todos», afirma: «Mientras uno habla de amor y libertad, el otro está que trina.» Y le reprocha su caudillismo: «O estás conmigo o contra mí. En lugar de intentar seducir al país, parece quererlo enfrentar, polarizar. No sé qué tipo de República quiere ser la suya.» A decir verdad, la república de ERC tampoco está muy claro de qué tipo sería, aunque la beatificación que entre todos están promoviendo de la II República española algo dice de por dónde van los tiros.
Sin entrar en detalles sobre «el último libro que firma Puigdemont», lo rechaza de plano: «No es que no quiera construir puentes con los demócratas, es que parece querer dinamitar todos los puentes con el resto del independentismo, que, de acuerdo con su retórica, se ha rendido y pactado con el enemigo. Aunque él fue el primero en largarse, unilateralmente.» Llegados a este punto, no se entiende cómo hay todavía un gobierno de coalición en la Generalitat. Y no parece concebible que prosiga después de las elecciones. ¿Cómo van los de ERC a entenderse con alguien que «abona la sustitución del debate y la contraposición de ideas por el insulto y la calumnia. El fanatismo»?