«Produce miedo pensar que con una simple llamada perdida por WhastApp se nos puedan introducir en nuestra intimidad como un virus, en este caso ideológico», dice Màrius Carol en La Vanguardia —El espía que surgió del móvil— a propósito del asunto de los pinchazos a políticos catalanes como Roger Torrent y Ernest Maragall. Ya tenemos una serpiente de verano para entretener estas semanas de canícula, vacaciones imposibles y miedo a los rebrotes.
Sobre todo si se confirma lo que apuntaba ayer El Confidencial, que «habrá más móviles catalanes que pueden salir a la luz». En este artículo de Antonio Fernández, se cita un informante anónimo que opina que «no deja de resultar inusual que alguien comience a intervenir teléfonos» en un momento, abril de 2019, en que «ya se conocía que NSO Group había sido hackeada y sus bases de datos reventadas por piratas informáticos que dejaron al descubierto sus vergüenzas». En cuanto a la responsabilidad del Estado español, se atribuye a «fuentes del sector» esta afirmación: «El CNI tiene otras maneras de actuar que dejan menos rastro. En este caso, incluso al intervenir el teléfono les desaparecían los mensajes, por lo que era un espionaje muy chapucero.»
Pedro Sánchez, sin escapatoria
Pero, detalles al margen, y por chapuza que fuera, se trata de una actividad que no está al alcance de cualquiera y resulta una mina que no pueden dejar de explotar los políticos y comunicadores independentistas. Incluso ya ha aparecido el término con que pasará a la historia. En un sobreesfuerzo de ingenio, lo llamaremos Catalangate.
Así ha hablado Ernest Maragall, citado en el Punt-Avui: «El Watergate era mucho menos grave porque fue una anécdota en un proceso electoral; el Catalangate es un ataque sistémico contra unas instituciones, un país, la ciudadanía y un proyecto político.» Éste será el tono. Maragall también hizo responsables a los gobiernos del PP y del PSOE «sin distinción de colores por su idéntica actitud, responsabilidad, dedicación y actuación claramente delictiva».
Pilar Rahola se muestra partidaria esta vez de la navaja de Occam y apunta al presidente del gobierno: «Pedro Sánchez no tiene mucha escapatoria, más allá de mostrarse como un gobierno tan inepto que no sabe que, en su nombre, compran un programa espía, lo usan contra líderes independentistas y luego hacen uso de la información. ¿Quién?: ¿un patriota cargado de millones que se hace pasar por el Gobierno español?; ¿los servicios de inteligencia que trabajan a espaldas del propio presidente?; ¿alguien del Ejecutivo que hace de gobierno de alcantarillas?»
Todo el independentismo se siente espiado
Un tweetde alguien llamado “Miquel Strubell fill” y que ha sido reenviado por Carles Puigdemont dice así: «Si el espionaje lo hubiera hecho el gobierno catalán, hoy la Fiscalía abriría una investigación y habría registros en el CTTI y el Palacio de la Generalitat. Abriría todos los informativos de España y Susanna Griso y Ana Rosa hablarían de ello toda la mañana.»
Salvador Cot, en El Món —Espanya t’entra pel whatsapp—, cree que «es evidente que consideran más peligroso el independentismo catalán que cualquier actividad delictiva, aunque pueda afectar a la vida de las personas» y que es «una intromisión que se suma a las agresiones policiales del 1 de Octubre y las represalias judiciales contra docenas de políticos, artistas y simples activistas de calle. Todo ello, combinado con una fortísima campaña de intoxicación mediática», etc etc.
Joan Vall Clara, en El Punt , se lo toma a cachondeo y señala cuál podría ser el móvil de la operación: «La estrategia de fondo es la envidia que se provocó al saberse la noticia entre correligionarios y adversarios políticos. ¿Por qué a él? ¿Por qué a mí no? ¿Qué tiene Torrent que no tenga yo? ¿Cuándo me espiarán a mí y tendré todos los minutos de gloria que él recoge ahora?»