El proyecto independentista está ahora en el limbo. Si lo dice Salvador Cardús, debe ser cierto. Para sacarlo de allí, aporta su grano de arena en el Ara: Per una represa independentista. Primero, «hay que volver a las micromovilizaciones. Reavivemos las pequeñas iniciativas que hicieron que cada semana hubiera decenas, a veces cientos, de actividades a favor de la independencia». No es buena época para tantas concentraciones humanas, que tendrían lamentables consecuencias como las que han tenido las verbenas de San Juan.
Segundo, «es imperativo disponer de una narrativa propia sobre el pasado reciente, la actualidad y el futuro». Pero eso ya existe; se va elaborando a través de los medios afines: la lírica en torno a las víctimas, «presos y exiliados»; la épica de los «miles de heridos» defendiendo las urnas y los «jóvenes que ganaron la batalla de Urquinaona»; el drama del «mandato del 1 de octubre», con el que se pretende condicionar la gestión política actual, y la doble legimidad de un presidente en Barcelona y otro en Waterloo. La «narrativa propia» ya existe y es omnipresente.
Cardús es lo bastante honesto, a diferencia de muchos otros, para reconocer que se han cometido errores, concretamente: «menospreciar el plano emocional que ofendió y exacerbó la pluralidad legítima de afectos nacionales». No es fácil entender a qué se refiere. ¿Tal vez a fenómenos tales como la difusión del término «ñordo» aplicado a todos los españoles?
Tercero, «deberíamos disponer de un plan estratégico que invitara a los diversos sectores sociales esenciales del país —empresariado, de servicios, del conocimiento, etc.,— a participar en la ambición soberana, evaluando de manera realista riesgos y oportunidades». Un poco tarde para acordarse de que esta evaluación realista es imprescindible antes de cualquier movimiento, y más en política, donde los errores los paga un país entero.
Ahora, en todos los sectores económicos ya se sabe de lo que son capaces estos independentistas y a qué desastres pueden arrastrarnos.