Con motivo de las presuntas comisiones cobradas por el Rey Emérito asistimos a un redoblado ataque a la Monarquía desde diversos frentes. El objetivo de estos ataques no es tanto la depuración de presuntas responsabilidades del anterior Jefe del Estado como el desgaste de la Monarquía con la pretensión de forzar una abdicación de Felipe VI, o por o menos, mejorar las expectativas electorales de quienes piden la instauración de la III República. La caída de la Monarquía es vista como un primer paso para hacer realidad las pretensiones secesionistas del nacionalismo periférico, o las revolucionarias de determinados partidos.
En cualquier caso, la corrupción no es un elemento determinante para optar por Monarquía o República. La corrupción existe en Repúblicas y Monarquías y, comparativamente, más en Repúblicas donde el cargo es temporal y vinculado a partidos políticos siempre ávidos de dinero. Las repúblicas bolivarianas, muy admiradas por algunos de nuestros republicanos, son ejemplo de repúblicas con niveles de corrupción muy superiores al español.
Los argumentos retóricos de los republicanos actuales, que en su mayoría defienden la república por motivos instrumentales para la consecución de sus objetivos, parten de la idealización de la II República y del carácter aparentemente más democrático del sistema republicano. La segunda República no fue precisamente un modelo de éxito, aunque no lo tuvo fácil pues le tocó lidiar con tiempos especialmente convulsos. Sin duda supuso un impulso importante en la modernización de España, pero acabó victima del golpe de estado franquista y también de los excesos de las fuerzas políticas, izquierda radical, nacionalismos periféricos, que ahora quieren reimplantarla.
El nacionalismo catalán, lanzado en una frénetica campaña antimonárquica, nunca fue fiel a la II República. De hecho, muchos líderes del independentismo descienden de franquistas. En cuanto al carácter democrático, no me parece que las Monarquías europeas, Reino Unido, Dinamarca, Suecia, Noruega, Bélgica o Paises Bajos sean menos democráticas que Alemania, Francia o Italía y si mucho más que Hungria o Polonia. Por no hablar de otras repúblicas del mundo, ejemplos nítidos de países totalitarios como las ya citadas repúblicas bolivarianas. Por otra parte, nuestros republicanos no nos explican que república defienden: ¿una presidencialista como en Francia o EE.UU o un modelo como el alemán o italiano, con presidentes cuyas funciones se asemejan a los de las monarquías constitucionales?
Felipe VI juega un papel de garante del orden constitucional y, hasta ahora, lo ha cumplido fielmente. Un Jefe del Estado vinculado a un partido político sólo serviría para acentuar la radicalización y el enfrentamiento social y político. Desde luego esta función molesta a quienes propugnan la independencia sin adecuarse a las normas legales o a quienes defienden imponer sus ideas al margen de las mayorías constitucionales que son, y así debe ser, una garantia de estabilidad y de que los fundamentos del orden constitucional no se puedan modificar por mayorías coyunturales no suficientemente reforzadas ni estables.
De hecho los mismos que quieren un cambio de régimen por la vía de hecho no opinarían igual si los que lo propugnaran fueran los partidarios de acabar con las autonomías, implantar la pena de muerte o establecer un estado confesional. En ese supuesto pedirían respeto a las normas y denunciarían, con razón,un golpe de estado.
No tengo un ADN monárquico ni mucho menos. Pero, aquí y ahora, no se me ocurre ningún político en ejercicio que pueda realizar mejor las funciones constitucionales de Jefe del Estado, de lo que lo hace Felipe VI. Juan Carlos I ya sufre el deterioro de su imagen pública, su actuación será sometida a escrutinio de los medios y, probablemente, del Parlamento y los Tribunales decidirán si le corresponden condenas civiles o penales.