El Manifiesto de 150 intelectuales publicado por Harper’s Magazine en el que se alerta sobre el clima intolerante que se esta instalando en Occidente es significativo no tanto por lo que dice, otros muchos lo han dicho antes, si no porque quienes lo dicen son intelectuales de reconocida y amplia trayectoria y, en su mayoría, identificados con la izquierda política.
Las críticas del Manifiesto de los 150 intelectuales a Trump o su identificación con las protestas por la justicia racial y social desatadas tras el asesinato de George Floyd, no les han librado de ser criminalizados por los activistas de la nueva inquisición. La técnica es la de siempre. Algún ataque ad hominem, y, sobre todo, lo que se ha llamado la corrupción de las categorias, category creep, que consistente en la incapacidad de distinguir. Así, por ejemplo, criticar una actuación del estado de Israel implica ser un nazi defensor del holocausto, defender el principio de presunción de inocencia es amparar a los maltratadores, o, en nuestra casa, pedir que se den un 25% de clases en catalán significa querer acabar con el catalán, o defender cualquier intervención del estado conlleva ser un comunista. En el caso concreto que nos ocupa se acusa a los firmantes de querer recuperar una autoridad, un poder, que han perdido en las redes sociales. Se dice de ellos que son «escritores ricos y horribles». Mónica Eltahawy, en un claro ejemplo de la corrupción de las categorias, ha dicho que la única intención de defender la libertad de expresión es «permitir la libertad de ser racista, misógino o transfóbico sin consecuencias».
Se acusa a los firmantes de querer recuperar una autoridad, un poder, que han perdido en las redes sociales
Lo que esta en juego no es la lucha contra el racismo, ni la defensa de los derechos de las mujeres o del colectivo LGTBI que han avanzado en Occidente infinitamente más que en el resto del mundo y en los que hay un consenso general a favor, que, desgraciadamente, se esta resquebrajando por los excesos de la corrección política que da cancha a quiénes son realmente contrarios a dichos principios. No hay derechos colectivos sin derechos individuales, sin libertad. Si se elimina el debate racional, más allá de las emociones, caemos inexorablemente en el totalitarismo, y consecuentemente, en la erradicación tanto de los derechos colectivos como los individuales. Lo que esta en juego es la pervivencia de la democracia, construida sobre las bases de la Ilustración, atacada desde los iliberalismos nacional-populistas ya se autocalifiquen de derechas o de izquierdas. La pretensión de que una pretendida superioridad moral justifica la actuación directa sin respetar la presunción de inocencia o la labor de los tribunales, es una falacia que sólo pretende reforzar el poder de quiénes se atribuyen la personificación de los derechos colectivos, de quiénes se convierten en justicieros al margen de la ley. Llama la atención que estos defensores de los derechos colectivos amparen, o por lo menos no critiquen con igual intensidad, aquéllos régimenes y culturas que menos respetan los derechos que dicen defender, prueba inequivoca de sus intenciones puramente políticas, de lucha por el poder.
Por todo ello el Manifiesto es importante. Romper la autocensura, el miedo al acoso en las redes, la espiral de silencio, la exclusión social,es un primer paso para el debate racional, para frenar las tendencias iliberales. En Cataluña sabemos de que va.