En Cataluña no se celebran las derrotas, como dicen algunos malévolos, sólo se conmemoran. Pero se conmemoran demasiado, eso es innegable.
El pasado domingo se cumplieron diez años de la publicación de la Sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Autonomía de Cataluña de 2006, algo que justifica poco más que unos cuantos artículos en la prensa; pero el presidente Torra no ha desaprovechado la efeméride para decir algo, en la línea habitual. Que si fue un «acto unilateral del Estado español», que si rompió «el pacto que nos habíamos dado desde la transición», que si «abrió los ojos a muchos catalanes»; nada nuevo.
Lo más chocante es la afirmación que, desde entonces, sabemos que la independencia es irreversible. No es un lapsus, ya que no es la primera vez que lo dice.
Sin embargo, la independencia no ha llegado. Si se hubiera conseguido, podría decirse que es (o no) irreversible. Lo que tal vez intenta decir es que la independencia es necesaria, urgente, inminente, inevitable, o que caerá como una fruta madura; lo que no puede decir es que es irreversible, porque no se puede revertir algo que no ha sucedido.
Lo que tenía en mente probablemente era la irreversibilidad del proceso a la independencia. Del proceso sí es posible decir que es irreversible, dado que los que lo manejan ahora no parecen tener ganas de dejar de impulsarlo ni de cambiar de opinión pase lo que pase, al menos mientras controlen los presupuestos de la Generalitat.
Àrtur Mas, la oportunidad perdida
Àrtur Mas publica un artículo en el Punt-Avui en que califica así aquella sentencia: Un desastre democrático, una oportunidad política. Desastre porque «representaba la ruptura unilateral del pacto constitucional de 1978 en uno de los ámbitos más delicados, precarios y controvertidos: el territorial» y «cerraba una etapa que había durado treinta años —del 1980 al 2010—». Oportunidad porque «una parte significativa y representativa de la sociedad catalana apostaba por el derecho a decidir y por la soberanía».
Concluye afirmando: «Quiero subrayar esta dimensión de nueva oportunidad que supuso la sentencia del Constitucional. Otra cosa es que la sepamos aprovechar. Los últimos diez años dan motivos de esperanza pero también de desencanto. Y debemos tener bien presente que para aprovechar una oportunidad hace falta que mucha gente crea en ella, que se mantenga unida, que gane aliados, que tenga perseverancia y que actúe con un justo equilibrio entre la razón y la pasión.»
Lo firma quien a las primeras de cambio se resignó a que le enviaran a la papelera de la historia, en enero de 2016, en un episodio insólito y nada justificado. No sólo eso, sino que no parece tener ganas de volver, ni siquiera para reparar algunos de los desperfectos ocasionados, no ya en su país, sino ni siquiera en su partido.
El inevitable presidencialismo
Francesc-Marc Álvaro cita en La Vanguardia — un párrafo de su propio libro , publicado en setiembre de 2019: «A medida que los hechos del proceso dan proyección a Puigdemont, su ascendente sobre el partido y la militancia irá creciendo, teniendo en cuenta que hablamos de un universo acostumbrado a aceptar siempre lo que disponga el Molt Honorable President, sea este Pujol, Mas o el que había sido alcalde de Girona (…) el presidencialismo ha sido un factor constitutivo del pujolismo y lo es, por ahora, de sus herederos políticos.»
El presidencialismo es una característica de los partidos españoles desde siempre, al menos desde la transición. El PSOE de Felipe González, el PP de Aznar, la CiU de Pujol: los partidos que han gobernado durante un cierto tiempo son presidencialistas, y en ellos, como dijo el filósofo Alfonso Guerra, «quien se mueve no sale en la foto». El PNV es otro mundo, pero incluso aquí Xavier Arzalluz fue una figura importante durante mucho tiempo. Y en el caso de Podemos, la puesta en escena a base de asambleas de indignados derivó muy pronto en la construcción del liderazgo de Pablo Iglesias y la purga de líderes que pudieran hacerle sombra, como Monedero y Errejón. O sea que sí, tiene razón Álvaro: el puigdemontismo es, y lo será más todavía, presidencialista.
Pero hay una diferencia sustancial entre el puigdemontismo y el pujolismo que cualquier convergente no dejará de percibir al momento. Jordi Pujol, más allá de algún exabrupto ocasional, era un líder previsible, contundente y siempre dispuesto a lanzar sus argumentos. Carles Puigdemont es un líder imprevisible, vacilante y escasamente dotado para el contraste de pareceres; sus dudas hasta el último minuto, literalmente, sobre si convocaba elecciones autonómicas o proclamaba la independencia —dos opciones entre las que hay un abismo— son el mejor ejemplo de ello. Pujol dijo alguna vez «esto no toca»; es más propio de Puigdemont decir que ahora sólo toca esto. Otra gran diferencia es que Pujol se movía bastante por el país y hablaba con mucha gente; Puigdemont sólo tiene por ahora la videoconferencia.
También en La Vanguardia, Isabel García Pagán —Puigdemont llama a la puerta— expone cómo afronta el eurodiputado, «desde el caos», la inminente campaña electoral: «Puigdemont se ha apropiado el relato de la unidad posconvergente y Bonvehí, aún con mayoría en la dirección, solo envía mensajes resistencialistas: “han de romper ellos, no nosotros”.» Enternecedora esa voluntad de permanecer unidos a los que ya les han rechazado.
David Bonvehí, el débil presidente del PDECat, no conseguirá nada: «Hasta los sectores moderados que confiaban en plantar cara al expresident ven a Bonvehí “atrincherado”, con el partido “secuestrado” en un intento de convertirse en la “Unió de JxCat”.» Ya hace dos años, Marta Pascal «se fue y retrasó la puesta en marcha de su proyecto esperando la ruptura prometida por Bonvehí, pero el compromiso fue saltando de las elecciones municipales a las generales, hasta hoy. Pascal ha visto ahora su particular win-win en la batalla fratricida posconvergente. Si Bonvehí rompe debería entenderse con el PNC —“solo hace falta saber sumar”—, y si no lo hace, la transferencia de activos de un partido a otro aumentará».
La extrema derecha vence en “Perpignan la Catalane”
En la segunda vuelta de las elecciones municipales francesas, en Perpiñán ha vencido el candidato del Rassemblement National, de Marine Le Pen. Louis Aliot ha conseguido el 53,09% dels vots, y el alcalde saliente, Jean-Marc Pujol, el 46,91%. Se trata de la primera ciudad francesa de más de 100.00 habitantes que consigue el Rassemblement National.
Tristeza en ambientes independentistas, como siempre que a su parecer el electorado no vota como debería. Un tweet de Carles Puigdemont lo lamenta así: «La ciudad de Perpiñán será gobernada por la extrema derecha francesa, inspiradora de las extremas derechas europeas. Mi reconocimiento a tantas personas del norte que han trabajado para evitarlo. No ha sido posible, la victoria de Aliot ha sido clara.»
En el voto influyen muchos factores. El controvertido míting de Puigdemont el 29 de febrero pasado en Perpiñán habrá pesado poco o casi nada en la elección, pero no deja de ser un mal augurio. Louis Aliot declaraba a principios de este año que no quiero que los problemas catalanes nos compliquen la vida.