Jéssica Albiach, presidenta del grupo parlamentario de Catalunya en Comú – Podem en el Parlamento catalán (8 diputados) ha pedido que se retire la estatua de Colón en Barcelona, que fue erigida en 1888 y es uno de los monumentos más conocidos de la ciudad.
Así habló para el Ara: «Pensar que el racismo y la xenofobia es sólo un problema de Estados Unidos es un error. (…) El 12 de octubre no tenemos nada que celebrar. El reconocimiento a una figura que hizo posible la colonización de unos territorios, con el genocidio que generó allí mismo, a mí tampoco me representa, como Felipe VI.»
Inmediatamente después rectificó un poquito diciendo que la estatua de Colón debe ser “contextualizada”, algo que nadie sabe qué significa, y pidió «un debate sosegado y con matices». O sea: Colón, eres un genocida, pero te lo digo muy calmada.
El Institut Nova Història, que tanto ha contribuido a divulgar la hipótesis de los orígenes catalanes de Cristòfor Colom, Príncep de Catalunya, por el momento no se ha manifestado ante este ataque a nuestro catalán más universal.
Para entender cómo se llega a pedir que una ciudad derribe un preciado munumento y olvide importantes episodios de su historia, Vilaweb expone cómo en los Estados Unidos los agitadores desencadenados a partir de la muerte de George Floyd han empezado a destruir estatuas del descubridor de América en distintas ciudades: Decapitar Colom: la protesta que ja és a Europa. Parece claro que lo de Black Lives Matter se trata de una ofensiva global.
«»Es un gesto muy poderoso que hayamos podido desmantelar la historia construida en este país. Las falsedades que se han dicho sobre Cristóbal Colón, sobre cómo vino aquí y que hizo una buena obra. Todo esto son mentiras», decía Dorene Day, una de las fundadoras del Movimiento Indígena (…) Ciudades como Nueva York han querido prevenir y por ello han desplegado un operativo permanente de policías alrededor de la icónica escultura de Cristóbal Colón que hay situada en Manhattan, justo delante del Hotel Trump».
En Europa ya ha habido incidentes en Londres y Bristol. «La protesta ha subido de tono cuando se ha atacado directamente un símbolo británico, el primer ministro Winston Churchill. La estatua en memoria del dirigente conservador que vigila el parlamento británico, en el centro de Londres, fue atacada con un mensaje muy claro: “Era un racista” (…) Las autoridades han colocado unos paneles metálicos para proteger la escultura y evitar que el emplazamiento se convierta en un punto de rivalidad entre colectivos antirracistas y grupos de extrema derecha».
Vilaweb acaba diciendo que «la destrucción de estatuas no es nada nuevo y reproduce la opinión de un profesor de la UB que afirma: «Las estatuas son la petrificación de unos valores y una manera de ver el pasado. Cuando dos lecturas sociales se enfrentan, existe esta práctica iconoclasta de destruir la simbología que no compartes.»
Pues habrá que ir a destruir las pirámides de Egipto, que contienen tumbas de reyes muy dados al genocidio y al uso de mano de obra esclava.
Laura Borràs, inocente y mártir
Sara González, en Nació Digital, resume el caso Borràs e intenta tímidamente despojarlo de la paranoia demagógica que lo envuelve:
«La “persecución política” denunciada por Borràs no borra una realidad: la Sindicatura de Cuentas, cuyos miembros son elegidos por una mayoría cualificada del Parlamento de Cataluña, concluyó por unanimidad que la dirigente de JxCat fraccionó contratos durante su etapa al frente de la Institució de les Lletres Catalanes. Su informe detecta una acumulación ilegal de adjudicaciones menores a un amigo suyo que en estos momentos está condenado a cinco años de prisión por un caso de narcotráfico. La investigación, iniciada por los Mossos, está ahora en manos del Tribunal Supremo, que la quiere juzgar por estos hechos y por unos correos electrónicos que la incriminan pero que ella no reconoce. El caso sólo está en manos del Supremo porque Borràs es aforada como diputada en el Congreso».
Estamos pues ante un hecho que ha de ser aclarado y una acusada que ha de defenderse, pero la desvergüenza empieza cuando alguien afirma que «eso le pasa por el mismo motivo por el que los líderes independentistas están en prisión o en el exilio» o se insinúa que hay una conspiración detrás.
Afirma Sara González que «ser independentista, como ser partidario de la unidad de España o federalista, no exime de asumir las responsabilidades que correspondan por las acciones que se puedan haber realizado». Elemental; pero debería añadir que, para sus seguidores, la inocencia de un líder independentista no es sólo una presunción sino también un dogma. Borràs no sólo es inocente sino también mártir y, como ya dice el presidente Torra en este tweet, «ningún independentista catalán puede tener nunca un juicio justo en España». Entonces mejor que no se presente ante el tribunal y se encamine al exilio.
Las múltiples almas de Jordi Pujol
Toni Soler contribuye con La confederació Pujol, en el Ara, a las valoraciones de urgencia aparecidas con motivo del aniversario del que fue presidente de la Generalitat durante más de dos décadas:
«En el siglo XIX los pioneros de la psicología Théodule Ribot y Pierre Janet formularon la tesis de la confederación de almas. Según ellos, el ser humano no tiene una única alma, como pretenden las religiones monoteístas, sino un conjunto de personalidades en combate perpetuo. Quizá esta visión no convence un católico como Pujol, pero sí debe gustar a su yo más político, el hombre que ejerció el poder suficiente para saber que la vida avanza a través de las contradicciones, de la convergencia de intereses, y que, como a menudo contaba él mismo, para llegar a la cima de una montaña hay que dar muchas curvas. Lo que muchos no sospechábamos es que estas curvas iban más allá de lo que es éticamente tolerable. Cada uno puede elegir a su Pujol preferido: el cristiano devoto; la activista encarcelado por la dictadura; el banquero mecenas que terminó siendo un mal banquero; el ideólogo de un movimiento que contribuyó a la cohesión civil de Cataluña; el gobernante que dio prestigio a la Generalitat y que mantuvo el apoyo popular durante 23 años; el caudillo personalista que se erigió en el único intérprete de las necesidades del país, y, finalmente, el padre de familia permisivo que dejó hacer mientras la corrupción sistémica contaminaba su partido y su gobierno».
En President Pujol, la web creada por sus más cercanos seguidores para que quien quiera pueda felicitarle por sus 90 años, no se acumulan grandes nombres de la política, como hubiera sucedido antes de 2014 —cuando reconoció haber ocultado a Hacienda un dinero ubicado en el extranjero— sino pequeños protagonistas del catalanismo social y cultural, gente que por razones históricas y patrióticas le mantiene un afecto personal al margen de los avatares políticos.
Ya son más de 2.200 los mensajes recibidos. Alguien que firma “Lluís” resume un estado de ánimo que podría considerarse bastante extendido: «Por muchos años, Presidente. Aunque no os voté nunca, reconozco que hicísteis mucho por Cataluña. Gracias, pero dísteis demasiada cuerda a la familia. Actitud que creo que habéis pagado personalmente muy cara. Que viváis feliz.»
Bismark o Bolívar, otra vez el mismo dilema
Jordi Barbeta, en El Nacional, se pregunta: ¿Qué hacemos con España? ¿Nos marchamos o la reparamos? Es la pregunta que se hace o se debería hacer el independentismo ante su fracaso colectivo. Persistir en la apuesta unilateral de ruptura, que no se traduce en nada más allá de algunas calles cortadas, o intentar influir, de nuevo, en la política española porque la vida sigue.
Barbeta lo ve así: «La reacción catalana a una nueva ofensiva de la derecha española, que necesitaba el conflicto con Catalunya, ha provocado la metamorfosis del catalanismo mayoritario en independentismo. Tiene su lógica dada la involución, la represión y la regresión democrática. Ahora bien, ser independentista no inhabilita pero deslegitima para comprometerse lealmente con los destinos de España. No se puede ser Bolívar de Catalunya y al mismo tiempo Bismark de España».
El problema de volver a hacer política en Madrid en pro del autogobierno catalán es que el proceso hacia la independencia ha instalado la desconfianza tal vez para siempre.
«Las iniciativas de ERC, del PNC [los ex de CiU que quieren recuperar la estrategia pactista de otros tiempos] y de Sobiranies [el embrión de una alianza entre Catalunya en Comú y CUP] tienen recorrido siempre que sepan convencer a los catalanes de que serán útiles en Catalunya y en Madrid, pero sólo serán útiles en Madrid si pueden intervenir con todas las consecuencias y para ello, necesariamente, deben renunciar sinceramente a la independencia, porque de lo contrario siempre estarán considerados como intrusos.» Pero la renuncia explícita a la independencia, y al «derecho a decidir», y al «mandato del 1-O» etc., tiene un precio: ser considerados traidores por los independentistas que mantendrán la apuesta por la secesión traumática.
Barbeta es demasiado pesimista sobre el futuro de España al decir que «el sistema corrupto de la coalición felipista Borbón-González hace aguas por todas partes» y demasiado optimista al recordar que «las repúblicas españolas comenzaron en Catalunya».
Acaba rogando a los catalanes que exijan «a sus representantes que no les vuelvan a engañar sobre sus verdaderos objetivos» porque «todos los objetivos son legítimos». El problema es que aquí los objetivos del adversario, incluso del compañero de partido que tiene otra visión de las cosas, no son sólo deslegitimados sino diabolizados diariamente.