Ecos de la prensa independentista: de la melancolía de Colomines al ruido de sables del ‘deep state’

Foto de archivo / Europa Press

Una encuesta del Centre d»Estudis d»Opinió, dependiente de la Generalitat, realizada durante la primera quincena de mayo, ha detectado que una gran mayoría de catalanes son partidarios de seguir con el trabajo a distancia. Rotundamente sí, el 26.6 %; compaginándolo con alguna actividad presencial, el 61.4%.

Esta actitud favorable es más significativa si se tiene en cuenta que sólo el 9.1% de los encuestados afirman que ya antes de la crisis trabajaban habitualmente a distancia, y el 31 %, que lo habían hecho alguna vez; para el 59.8% ha sido una novedad.

En cuanto a la escuela, está clarísimo que también gusta estudiar online: «La mayoría de los alumnos superdotados están encantados de estudiar de forma online y no quieren volver al colegio, pues ahora pueden trabajar a su ritmo y se sienten más cómodos en su ambiente familiar, liberados de sus acosadores, que es uno de los suplicios que muchos tienen que soportar».

Tenemos un sistema educativo que tiende a la igualación por abajo y en que la tan cacareada atención a la diversidad se reduce a perder el tiempo con los que no pueden o no quieren estudiar, mientras que los que destacan en algo son disuadidos y arrinconados. 

Según Alicia Rodríguez Díaz-Concha, presidenta de la Asociación Española para Superdotados y con Talento (AEST), «podría haber unos 800.000 escolares de altas capacidades a día de hoy en España. Y si en las estadísticas educativas sólo se cifra en más de 35.000 las altas capacidades, «significa que la gran mayoría de estos niños no han sido identificados por el sistema educativo»».

Manuel Valls sigue en Barcelona

Siempre atento a la más candente actualidad, el Pleno del Ayuntamiento de Barcelona ha condenado el desalojo de un campamento de gitanos en París que sucedió en 2013, hace ¡ocho años!, siendo Manuel Valls ministro de Interior.

Se trata de una declaración presentada per ERC (10 concejales) que ha sido aprobada con los votos de Barcelona en Comú (10), PSC (8) i JxCat (5). En ella se hace mención de una reciente sentencia del Tribunal Europeo de los Derechos Humanos.

Si Manuel Valls hubiera dado apoyo en su momento a un Gobierno municipal independentista, sería visto como un hijo pródigo dispuesto a salvar la patria catalana. Como no vino a eso, le salen ahora con viejas querellas con el propósito de presentarle como «ejemplo del peor nacionalismo excluyente».

Más clara no pudo ser la portavoz de ERC, Elisenda Alamany: «Hoy la Barcelona abierta le reprueba, me pregunto si emitirá una excusa pública y dimitirà». Valls sólo tuvo un minuto para defenderse diciendo que lean la sentencia del TEDH, que concluye que no hubo «violaciones del derecho a la vida privada pero sí de las garantías de tipo procesal». ¿Pero quién se va a leer la sentencia pudiendo quedarse con el reconfortante título: «Hoy Barcelona le reprueba?».

El activista desengañado

Agustí Colomines, en el Punt-Avui, exhibe pesimismo y se pone a lamerse las heridas. Reconoce que los independentistas están instalados en «una especie de bucle melancólico que, además, va acompañado de un montón de reproches y deslealtades» y cree que con ocasión de la sentencia al Estatut de 2006 «todo el mundo que no fuera ciego pudo ver que la vía reformista catalanista no detendría el nacionalismo rampante de todo el arco parlamentario español. Ciento cincuenta años de historia se agotaron en 2010».

A partir de ahí, afirma abiertamente que el independentismo que surgió en respuesta al fracaso del reformismo también fracasó, a pesar de los «dos millones de personas que, bajo la lluvia y los porrazos, defendieron las urnas y los votos» en octubre de 2017.

Ahora, no hay ninguna «alternativa creíble». Ni la tienen los presos (léase ERC) «porque sus aliados en el retorno a la vía reformista se les mean encima tantas veces como les conviene», ni la tienen los exiliados (léase JxCat) «porque ni tienen definida una estrategia ni tienen organización».

¿Está diciendo entonces que las proclamas y los aspavientos que vienen de Waterloo son inútiles? Eso parece: «La Crida no es nada y JxCat es una ruina»; peor incluso, «una gallina que corre sin cabeza». Colomines confiesa no asistir ya a reuniones políticas: «Estoy muy harto de oír intervenciones que son como mensajes de Twitter». ¿Pero no ha sido siempre así? ¿No se veía venir?

El analista analizado

En un inusual ejercicio de ironía y sinceridad, Bernat Dedéu se retrata a sí mismo en La Catalunya de Bernat Dedéu: «Articulista competente, alejadísimo de la calidad de los modelos noucentistas que dice conocer, Dedéu se ha hecho un rinconcito la mar de sólido en los medios abanderando una prosa descarada y la crítica vehemente al procesismo».

El salto que hace del autorretrato a la caricatura del movimiento independentista sería casi conmovedor: «Dedéu es exactamente como el procés del cual dice abjurar: en él, todo son pensadas [sic] que nunca llegan a puerto, todo son intenciones que, con una excusa tanto o más brillante, acaban dejándose para el día siguiente, sinfonías perfectas que nunca se ejecutan en el escenario».

Sería conmovedor si no fuera porque el proceso no se ha limitado a la manifestación de un propósito sino que realmente pasó a los hechos. Que todo haya salido mal, rematadamente mal, que la sinfonía quedara en cacofonía, no significa que no hubiera esmerados compositores.

Y se excede sobre manera cuando dice que «si existiera el título oficial de vividor del procés, Bernat tendría muchos números para ganarlo». No; ese concurso está muy reñido, y los compañeros de viaje que opinan sobre el tema no pasan la preselección. Son los políticos, por supuesto, los que llegarán a la final; esa legión de políticos que, con la excusa de que se olvidaron de algo en el último momento, no paran de decir que lo volverán a hacer pero esta vez bien, hasta el final.

Del Estado profundo sale ruido de sables

Insistiendo en el gran éxito de esta temporada, una entrevista a Joaquín Urías, profesor de Derecho Constitucional y ex letrado del TC, nos advierte que en España hay ruido de sables, vieja expresión que durante la Transición servía para aludir a un malestar político existente en el ejército que podría desembocar en un golpe de estado.

«No es que tenga que haber un golpe de Estado, pero ya sucede que en las filas de la policía y el ejército se está diciendo continuamente que el Gobierno no es legítimo, se están apoyando manifestaciones de la ultraderecha, muchos días vemos policías que aplauden a los manifestantes, que se les unen, que no los identifican, que no cumplen su función… a eso se le puede llamar ruido de sables, no por una amenaza directa de golpe de Estado, pero sí porque los que tienen el monopolio de la fuerza dicen estamos aquí».

Urías llama «constitución material» a lo que otros llaman «Estado profundo», es decir los que tienen el poder en sus manos -Rey, Iglesia, Ejército…- por oposición a la «constitución formal», que son quienes presiden las instituciones. En estos momentos los primeros «quieren hacer valer su capacidad de incidencia y no aceptan los resultados electorales de las últimas elecciones».

Ruido de sables, más ruido de togas y Cataluña como causa determinante. El profesor hace una relectura del proceso a los líderes independentistas. «Hace años que en España una parte del poder judicial no es neutro, y todo comenzó con Cataluña. A raíz del referéndum del Primero de Octubre y el proceso catalán, hemos visto como el poder judicial iba mucho más allá de lo que dicen las leyes. Es que en el juicio del proceso el Supremo no era el tribunal competente. Y el delito que se aplicó no existía, se lo inventaron. Toda la condena del proceso es un ejemplo de la manera como el poder judicial se inventa leyes que no ha votado el parlamento, diciendo que aplican la ley pero en realidad se la inventan. Vienen a decir que organizar manifestaciones es una especie de sedición, y se inventan la sedición en unos términos que no se habían aplicado nunca. Pero también se inventan sus competencias, y dictan sus propias leyes. Cuando tú aceptas que para defender unos principios, como la unidad del estado, el poder judicial ya no es neutro y ya no aplica la ley sino que se la inventa, abres una puerta que nos lleva adonde estamos ahora».

Se sorprende de que en Cataluña haya gente que les da lo mismo si en España hay o no un golpe de Estado. «La defensa de la democracia y del estado de Derecho debe ir más allá de la aspiración por la independencia. (…) En este momento, es un error incluso estratégico para Cataluña decir que da igual lo que pase en Madrid. Hoy, Cataluña está legalmente integrada en el ámbito español (…) y si en España acaba habiendo una reducción de derechos fundamentales, eso afectará también a Cataluña. Con independencia de lo que haya pasado antes, ahora no es el momento de lavarse las manos».

Tal vez se le escapa que en las ensoñaciones de algunos independentistas, cuanto peor, mejor, y que si España se sume en el caos, habrá para Cataluña lo que llaman una «ventana de oportunidad».

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