Este jueves, los padres de la patria, Pablo Iglesias y Gabriel Rufián, han tenido dos episodios conocidos por los psicólogos. El primero proyectando sus deseos. El segundo, teniendo un delirio nacionalizador compartido con Errejón. Es un delirio proponer nacionalizar unas instalaciones industriales, que ni tan siquiera son una empresa. Fabricar vehículos mínimamente competitivos a estas alturas no es una tarea sencilla ni siquiera para las grandes multinacionales del sector. En el caso de Rufián no sabemos tampoco a qué nación hace referencia cuando habla de nacionalización. ¿Lo hará la Generalitat como hizo con Spanair? No soy un fan de las nacionalizaciones pero en determinadas circunstancias pueden tener sentido. En este caso se trata de una simple y llana estupidez que busca unos cuantos votos de los afectados.
La degradación de la vida pública se hace insufrible. Lo grave es que no estamos hablando de personajes marginales. Un Vicepresidente del gobierno y el portavoz parlamentario de un partido que gobierna en Cataluña y da soporte a la coalición gubernamental en España deberían ser más cuidadosos y rigurosos al expresarse. Ya sé que no tenemos la exclusiva en esta clase de políticos que viven de crear problemas en lugar de tratar de solventarlos. Pero no deja de ser preocupante, especialmente en momentos de crisis como el actual. Europa no lo tiene fácil, pero España menos y con estos dirigentes al mando nos encaminamos al desastre.
Es un delirio proponer nacionalizar unas instalaciones industriales, que ni tan siquiera son una empresa
En España hay demasiadas fuerzas políticas que se apuntan al cuanto peor, mejor. El sueño de Iglesias, si atendemos a su declarada admiración por el chavismo, es el poder absoluto . Y para tener opciones de lograrlo necesita un país empobrecido, sin clases medias, enfrentado y desestructurado. De ahí sus coqueteos con el independentismo. No porque le guste -si alcanza el poder de verdad acabaría con el secesionismo sin remilgos- sino porque son aliados objetivos en su tarea de hacer volar lo que él llama, despectivamente, el régimen del 78 y que no es más que el estado social y democrático de derecho, que, con todos sus defectos, continúa siendo la mejor manera de vivir en paz, libertad y ,hasta ahora, con un notable nivel de vida . Pero ya sabemos que los dictadores, incluidos los que se califican de derechistas, odian al mercado, al principio de legalidad y a la democracia pluralista porque limitan su poder, su papel de intérpretes auténticos y únicos de la voluntad del pueblo. Por eso Iglesias tiene como aliados circunstanciales a los independentistas que, como también han dicho expresamente, esperan que la degradación de la convivencia y los estragos económicos de la crisis, les abran una ventana de oportunidad para repetir su intento de golpe de estado.
La cuestión es preocupante porque entre las fuerzas políticas que deberían garantizar sensatez y buen gobierno, liderazgo frente a los problemas, no veo más que a políticos de segundo orden, encantados de haberse conocido, y que , si nadie lo evita, acabarán siendo devorados por los extremos, con personajes no más capaces pero si más decididos y convencidos.
En unas circunstancias sociales en las que la política es más comunicación que convicción y en las que las emociones priman sobre las razones
Cuando la balanza se inclina demasiado hacia un lado siempre crece la reacción contraria. Más en unas circunstancias sociales en las que la política es más comunicación que convicción y en las que las emociones priman sobre las razones. Y los que piensen que esto no puede ocurrir, que vivimos en Europa, en el siglo XXI, que no olviden la historia. Lo peor es posible si los ciudadanos, la sociedad civil organizada, no combate para evitarlo.