Como era de prever, empiezan a aparecer réplicas al artículo de Joan Tardà, Más ‘junquerisme’ y menos «torrisme’. Agustí Colomines, en El Nacional –No es eso, Joan, no es eso-, le reprocha que, «en vez de jugar a la petanca o al tute, se dedica a escribir tuits y artículos con los que dispara contra todo bicho viviente» y lamenta que «los «guardianes» de las esencias «junqueristas» se parezcan tanto a los gánsteres que antes dominaban la escena pública de la mano de CDC«. No está de más recordar que Tardà sólo tiene cuatro años más que Colomines y que éste presidió durante años la Fundació Cat-Dem, vinculada a CDC.
Colomines debe estar bien informado porque no parece muy optimista. Cree que «el independentismo político deambula por un callejón sin salida», que «necesita líderes que sepan mandar y quieran hacerlo» y que «es imprescindible despejar el panorama de siglas, tanto de la sociedad civil como de los partidos». Sobre Carles Puigdemont, afirma «es como una marea descontrolada, a veces sube y baja sin sincronizarse con la Luna».
Y lanza un dardo envenenado contra la consejera de Justicia, que es de ERC: «¿Saben ustedes por qué la consellera Capella le ha negado el permiso a Jordi Sànchez para trabajar en la Crida? Porque este hombre, injustamente encarcelado, tiene un proyecto político en la cabeza que ERC quiere impedir a toda costa que crezca».
Al «MHP Joaquim Torra» sólo le reprocha «la «majadería» de la pancarta» y «su incapacidad manifiesta de cesar a los consellers más ineptos de ERC y JxCat». Y aporta un dudoso dato: «La popularidad de Torra, como saben quienes se dedican a las encuestas, está muy por encima de la de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias». Encuestas, las hay para todos los gustos, pero ¿hasta ese punto?
Entra dentro de lo previsible que Tardà sea acusado de cambiar de convicciones, pero que Colomines diga que se ha convertido en «una especie de Miquel Roca con sobrepeso» da la medida de lo que se puede esperar de un debate entre independentistas.
Éste es el intercambio de pareceres, digamos, civilizado; luego están los centenares de tweets plagados de insultos y desprecios que ha recolectado el artículo de Tardà. Pero esta gente, ¿ha estado alguna vez de acuerdo en algo?
El gremio armado
El aumento de sueldo a policías y guardias civiles, anunciado por sorpresa por el gobierno, no es visto con buenos ojos en ámbitos independentistas. Salvador Cot, en el Món, habla del Reyno de Jusapol:
«No sé qué pensará de esto el personal sanitario, que ha trabajado más allá de lo que se puede soportar jugándose su salud y la de sus familias. Tampoco los trabajadores del sector de la limpieza, algunos de los cuales también han perdido la vida, y que han estado al pie del cañón durante todo el tiempo de confinamiento. Ni me puedo imaginar la sensación de los que han mantenido abierta la puerta de su farmacia, de su supermercado o de su estanco. A todos ellos, así como a los que han perdido el trabajo o, al menos, parte de los ingresos, el gobierno más progresista del mundo mundial los está insultando».
Para poner en contexto ese aumento, que representa unos 247 millones de euros en total, veamos El Gobierno sube el salario de policías y guardias civiles saltándose su límite de gasto:
«La subida del salario de policías y guardias civiles aprobada hoy [por ayer] en el BOE forma parte del acuerdo alcanzado por el Gobierno de Mariano Rajoy en 2018 para la equiparación de los cuerpos nacionales a los autonómicos. El incremento actual es el tercero de los tramos pactados y debería haberse aprobado en enero, en el RDL 2/2020 que incluye las retribuciones del resto de la función pública. El Gobierno de Pedro Sánchez descartó hacerlo entonces y durante los últimos meses había rechazado las reivindicaciones de los sindicatos de policías y guardias civiles para cumplir el acuerdo. Hasta ahora. Interior ha aprobado la subida salarial justo en el momento en el que las cuentas públicas están en una situación más delicada».
Lo que ve Cot es «un gremio armado que vela por sus intereses en coordinación con el estamento judicial» y que «los que nos pegaron lo cobran con medallas, pluses e incrementos de sueldo espectaculares».
Nissan cierra
El anunciado cierre de Nissan en Barcelona enciende alarmas. Se van a perder 3.000 empleos directos y unos 20.000 indirectos. Ferran Cases, en Nació Digital, reclama, a buenas horas, reindustrializar Cataluña:
«La voluntad de los gobiernos del Estado de fortalecer otros territorios para buscar un equilibrio territorial que también tiene móviles políticos y los efectos, no siempre buenos, de la globalización han hecho que Cataluña vaya perdiendo músculo industrial y tenga que hacer lo imposible para mantener lo que tiene ante países emergentes y con costes de producción más baratos. Sectores como el de los servicios, la construcción o el turismo, que generan menos riqueza porque normalmente van asociados a precariedad laboral y, por tanto, a sueldos más bajos y menores cotizaciones patronales, han tomado mucho protagonismo. Nuestro país no ha logrado ser lo suficientemente atractivo para cambiar la industria tradicional (la metalúrgica y la química, que tomaron el relevo de la textil) por la tecnológica o la biomédica».
Ciertamente, como dice Cases, que Cataluña «siga siendo un motor económico con industria manufacturera de valor añadido y un polo de atracción de inversiones en el sur de Europa debería ser una prioridad compartida». Pero hay que advertir a continuación que Barcelona sigue en manos de un gobierno municipal que tiene el decidido propósito de evitar que se vuelva a reactivar el sector automovilístico.
En el asunto de Nissan, los reproches multidireccionales demuestran, una vez más, que éste es un país donde todos reman pero nadie en la misma dirección.
La independencia no está en el orden del día
Larga entrevista a Josep Ramoneda en el Crític: La amenaza autoritaria está aquí.
Nunca habría pensado, dice, que, «sin haber una situación de guerra en el sentido clásico, los estados nación cerrarían la mayoría de los países por decreto ley y que esto, además, funcionaría, porque, allí donde han cerrado, la gente se ha quedado en casa. Y, encima, en un momento en que se proclamaba el declive de los estados nación. Todo ello es un mensaje contundente de la naturaleza o de nuestra propia ceguera. No es tan sorprendente si pensamos que la amenaza fue percibida enseguida como real y que la cantidad de muertos, más allá de algún ajuste de cifras, es incontestable.
Valora como la virtud principal del capitalismo su capacidad de mutación pero apunta enseguida que «uno de los grandes errores que ahora se están pagando es haber llevado el capitalismo industrial a China porque los salarios eran más baratos».
En cuanto a los independentistas, cree que «deberían tener claro que, ahora, su programa de máximos está fuera del orden del día. Durante dos años no han sabido redactar el discurso de la nueva situación. Y todo el mundo sabe que la vía unilateral no tiene ninguna viabilidad, y aún menos en el contexto actual. Nadie avanza en un programa de largo recorrido. Quizás ERC apostaría por esta carrera de fondo, buscando pactos. Pero siempre hay un momento en que se asusta y le tiemblan las piernas».
Y «JxCat es un mundo confuso, un sistema de comunicación que gira en torno a Puigdemont, que era quien garantizaba no perder las elecciones. Es evidente que la epidemia ha eclipsado Puigdemont. Por lo tanto, todo es muy provisional».
La afirmación que en una Cataluña independiente hubiera habido menos muertos «no es más que la expresión de una impotencia. Y que, además, no tiene ni efecto de reivindicación. Más bien, demuestra que está más desnudo de lo que parecía».