El filósofo y pedagogo José Antonio Marina (Toledo, 1939), ganador del Premio Nacional de Ensayo por Elogio y refutación del ingenio y autor de un libro blanco sobre Educación encargado por el Ministerio en 2015, ha publicado Historia visual de la inteligencia (Conecta) donde traza un biografía ilustrada del conocimiento humano. En el volumen, ilustrado por el dibujante Marcus Carús, Marina da cuenta de que la inteligencia es ante todo una «autocreación evolutiva»: al inventar herramientas que la cambian, se crea a sí misma.
Mientras para unos el ser humano extraerá una lección de la pandemia, otros piensas que ésta no le cambiará. ¿Con quién está usted?
Los cambios vendrán por el cambio de las circunstancias, por ejemplo, económicas, no por una especie de conversión interior. La gente está deseando renovar sus antiguas costumbres, y las buenas intenciones que la conciencia de la vulnerabilidad o la presencia de la tragedia despiertan, creo que se olvidarán pronto.
¿Y debilitará esta crisis a los nacionalismos o los reforzará?
Aparentemente, los debilitará, porque la pandemia ha puesto de manifiesto que los problemas que tenemos son universales y las soluciones deben serlo también. Sin embargo, los nacionalistas se reforzarán a sí mismos, pensando que, si ellos hubieran gestionado la crisis, lo hubieran hecho mejor. Creo que, si nos decidiéramos a aprender de la experiencia, podríamos repensar mejor el nacionalismo. Hay un planteamiento emocional y otro racional. Sería deseable que el emocional se aparcara, porque las emociones sin la razón no son buenas consejeras.
Pero, desde el punto de vista racional, el nacionalismo tiene que atender a la eficiencia de la gobernanza, y a la solidaridad con las demás comunidades. Son dos dimensiones distintas. Y no veo que se deslinden con claridad. Si fuéramos capaces de coordinarlas, si fuéramos capaces de encontrar una solución de suma positiva, de win-win, creo que podríamos salir del conflicto.
La pandemia debilitará a los nacionalismos, porque ha puesto de manifiesto que los problemas que tenemos son universales y las soluciones deben serlo también
En los últimos días, se están produciendo manifestaciones, tanto en España como en el resto del mundo, contra las restricciones para combatir el coronavirus. ¿Son estas restricciones inevitables ante una situación como la actual?
Creo que en gran parte lo son. Cuando se reclama el derecho a la libertad, hay que tener en cuenta que es un derecho muy amplio y que conviene explicar cuál de sus facetas puede estar amenazada: libertad de pensamiento, libertad de conciencia, libertad de expresión, libertad de un modo concreto de expresión como son las manifestaciones, libertad de movimientos, libertad de enseñanza, libertad de asociación, de participación política, etcétera. La limitación de las libertades en el estado de alarma es mínima, y por eso protestar por lo que se considera un ataque total a la libertad ciudadana me parece una exageración.
En su Historia visual de la inteligencia afirma que ésta no es una realidad estática sino una creación evolutiva. ¿Nos lo explica?
A lo largo de la evolución, la inteligencia humana ha ido cambiando. Llevamos un par de millones de años dando vueltas por el planeta, pero solo hace unos doscientos mil estuvimos en condiciones de hablar. Este fue el primer cambio. La inteligencia crea cultura y la cultura revierte sobre la inteligencia y la cambia. Las herramientas mentales nos permiten pensar de otra manera. Por ejemplo, la escritura nos permitió pensar cosas que sin ella no se podían pensar. La notación algebraica, lo mismo, o la notación musical. Sin ésta, Beethoven no hubiera podido componer sus sinfonías. En los últimos años han aparecido unas poderosísimas herramientas que están aumentando las posibilidades de la inteligencia. Me refiero a las tecnologías digitales.
La brecha tecnológica puede reducirse. El mercado hará que ésta sea cada vez mas barata y, por lo tanto, asequible. La diferencia va a estar en la diferente capacidad del usuario para utilizarla. Y esa es una cuestión educativa
En el libro también advierte de las desigualdades sociales que pueden darse en el futuro debido a esa misma tecnología, que es justo lo que está ocurriendo ahora con los alumnos que no tienen acceso a ella. ¿Cómo podemos evitar dichas desigualdades?
Este es un problema muy serio. Creo que la acción del Estado es imprescindible. La brecha tecnológica puede reducirse, de la misma manera que se hizo con la brecha sanitaria. En los países socialmente avanzados todos los ciudadanos tienen acceso a una sanidad muy parecida. Lo mismo sucede con la educación. El mercado hará que la tecnología sea cada vez mas barata y, por lo tanto, asequible. La diferencia va a estar en la diferente capacidad del usuario para utilizarla. Y esa es una cuestión educativa.
Políticos como Ada Colau o Manuel Valls han reclamado que las escuelas deberían abrir ya y no esperar a septiembre. ¿Cómo lo ve usted?
Si la situación sanitaria lo permite, creo que deberían abrirse, aunque fuera un par de semanas, aunque fueran unas pocas horas. Necesitamos recuperar el contacto con nuestros alumnos. Además, desde el punto de vista familiar, el cierre de las escuelas, si vuelven a abrirse las empresas, plantea problemas durísimos.
Cataluña ha planteado quitar el concierto a los colegios que no sean mixtos, cobren cuotas altas o tengan pocos inmigrantes. ¿Es una medida acertada?
La ley de conciertos estaba bien hecha, pero no se ha aplicado bien. Lo que la caracteriza es que los centros concertados tienen que regirse por las mismas condiciones que los de gestión publica: deben ser gratuitos y no pueden seleccionar a sus alumnos. Durante muchos años se ha permitido que los centros cobren cuotas (en teoría voluntarias) porque el dinero que pagaba por esas plazas era inferior a lo que costaban las plazas en las escuelas públicas. Es decir, el Estado se ahorraba dinero y, en compensación, hacia la vista gorda sobre el asunto de la financiación paralela de los concertados. Esto es lo que hay que evitar. El Estado debe pagar lo mismo por las plazas escolares, sean en centros concertados o de gestión pública. Entonces podrá exigir a rajatabla el cumplimiento de la ley.
Si la situación sanitaria lo permite, creo que las escuelas deberían abrirse, aunque fuera un par de semanas, aunque fueran unas pocas horas. Necesitamos recuperar el contacto con nuestros alumnos
El ministro de Universidades, Manuel Castells, ha afirmado que la obsesión por que los alumnos no copien es «reflejo de una vieja pedagogía autoritaria» y que copiar bien puede ser síntoma de «inteligencia». ¿Lo suscribe?
Es una afirmación torpemente expuesta. Si usted coge un libro de Castells, verá que está muy documentado, lleno de citas. Podría decirse que ha copiado bien esa información. Ya se sabe que si se copia a un autor es plagio, y si se copia a dos es investigación. Pero esto es una broma. Lo que llamamos copiar en lenguaje educativo es fingir un conocimiento que no se tiene. No tiene nada que ver con la «vieja pedagogía autoritaria», sino con un reconocimiento del rigor intelectual. ¿Alguien sensato puede pensar que copiando se desarrolla la inteligencia, la capacidad de razonar, el pensamiento crítico o la actividad creadora? Creo que ha sido un tic del ministro resto de su juventud libertaria.
El Defensor del Pueblo ha denunciado en su informe de 2019 la violación de la neutralidad ideológica en las escuelas catalanas por la presencia de pancartas o lazos amarillos. Sin embargo, para la Generalitat la exhibición de estos símbolos forma parte de la «libertad de expresión». ¿Quién está en lo cierto?
El problema es doble. Primero, si se admite la expresión nacionalista y la expresión no nacionalista al mismo nivel, no hay problema. En segundo lugar, y esto es mas importante, ¿debe utilizarse la escuela para fomentar la identidad nacional? Creo que no, pero el asunto es complejo, porque cuando se crea la escuela pública se hace precisamente con esa finalidad patriótica.
Por último, ¿qué podemos hacer frente a la polarización ideológica que parece haberse extendido por todo el país?
He explicado muchas veces que la división entre izquierdas y derechas se ha vuelto anacrónica, porque son máquinas ideológicas con poca capacidad de aprender. Por eso he reclamado -sin ningún éxito- la existencia de un partido que podría llamarse de centro, pero que se movería en un nivel crítico superior a esa situación geométrica. Sería un partido consciente de que, en una Sociedad del aprendizaje, quien no aprenda a la suficiente velocidad está siendo una rémora. Un partido con la ponderación como ideario y método. Derechos fundamentales e intereses legítimos entran en contradicción, y el conflicto no puede resolverse anulando uno de los extremos, sino ponderando en cada caso concreto cual debe tener prioridad. Un partido comprometido con buscar soluciones de suma positiva, win-win, que son siempre mas difíciles, pero mejores.
¿Alguien sensato puede pensar que copiando se desarrolla la inteligencia, la capacidad de razonar, el pensamiento crítico o la actividad creadora? Creo que lo que dicho el ministro Castells es un resto de su juventud libertaria
He explicado que ese partido debería defender una idea de Estado promotor, encargado de aumentar la creatividad de la sociedad civil, una idea de libertad positiva, es decir a la que hay que ayudar, y una firme convicción en que las instituciones solo funcionan cuando una nación tiene el suficiente capital social, de tal manera que aumentar esta reserva es la gran demostración de la inteligencia social.