Debe ser una buena noticia que los políticos estén liados con sus movimientos tácticos y no estemos únicamente pendientes de las cifras de víctimas de la pandemia, aunque deberían ser extremadamente prudentes y no abusar de la paciencia de los ciudadanos, ya sometidos a demasiadas tensiones en su vida cotidiana.
Montse Nebrera, en naciodigital.cat, analiza la prórroga del estado de alarma quince días más: «Los que han dicho que sí [Ciudadanos] piensan en sobrevivir (mirando de reojo la encuesta que da la mayoría a los favorables a continuar confinados) y ERC ha dicho que no porque consigue distanciarse del PSOE antes de que lleguen las elecciones».
La paradoja que presenta el desacuerdo de ERC con el gobierno reside en que «comparten la pulsión por el control, tan querida a toda la izquierda», aunque por otro lado «tienen la necesidad de continuar pareciendo un partido independentista, pero de orden».
Y este es el cálculo de la otra parte contratante: «Al PSOE también le conviene que ERC recupere el prestigio perdido por haber pactado con ellos, y construya así la posibilidad de apartar a Torra y los suyos del gobierno de la Generalitat».
Podríamos apuntar que cuando Convergència i Unió pactaba con gobiernos de uno y otro signo, también se producía un cierto distanciamiento meses antes de las elecciones, por el qué dirán.
Inquietante la reflexión final de Nebrera sobre la mayoría parlamentaria que sostiene la actual gestión del desconfinamiento: es «como si hubieran pensado un sistema económico y social diferente y mejor al que teníamos antes de que comenzara este prolongado estado de prórroga». ¿Diferente? En algo deben estar pensando, más que nada por aprovechar la ocasión. ¿Mejor? Es más que dudoso.
«¿Valía la pena?»
En cambio, José Antich, en elnacional.cat, se pregunta si valía la pena «una decisión tan arriesgada como romper los puentes con Esquerra Republicana y echarse en manos de Inés Arrimadas».
Ni que decir tiene que «lo que hoy hace Sánchez puede ser muy diferente de lo que haga mañana», pero: «Doy por descontado que en algún momento, cuando le apriete el zapato, recuperará la mesa de diálogo entre gobiernos, el español y el catalán, como se comprometió en la investidura, y que ahora se ha comprometido a guardar sigilosamente en un cajón con Ciudadanos».
El editorial delPunt-Avui ya ve «alarma en la legislatura» porque «el acuerdo alcanzado con Ciudadanos -no tanto el del PNV- aleja al presidente español de los socios que permitieron su investidura a primeros de año, y especialmente le aleja de ERC, cuya abstención fue indispensable para que fuera investido».
Afirma que los republicanos «lo consideran prácticamente una traición» y que «habrá que ver si estamos en un punto y aparte o ya se ha llegado al punto final de la legislatura».
Concesiones, las mínimas
David Miró, en el Ara, entiende que el «calculado alejamiento de ERC» es positivo para Pedro Sánchez porque le permite centrarse, con la derecha a un lado y los independentistas al otro. «Sin unidad en la triple derecha, ante el PSOE no hay alternativa posible. A partir de hoy los gobiernos de Madrid y Andalucía, por ejemplo, son más débiles porque no van juntos en algo tan troncal como el estado de alarma«.
En cuanto al «debilitamiento de la relación con ERC», todo depende de las próximas elecciones catalanas, ante las que es conveniente «hacer las mínimas concesiones, sobre todo si tienes alternativa».
Vicent Partal carga contra ERC por su apuesta de «pactar en Madrid»: «Visto esto que vivimos ayer, la vía de entenderse con las izquierdas españolas, de buscar un camino hacia la independencia que sea moderado, sin prisa, que evite a toda costa el enfrentamiento y busque complicidades en Madrid se estrelló contra la pared.»
Siempre en contra del independentismo pactista, y siempre a favor del independentismo unilateralista, es decir del conflicto abierto: «La teoría a favor de la unilateralidad y la confrontación en defensa de las libertades está muy bien; se ha demostrado no sólo que es la acertada, sino que no hay otra. Pero el independentismo institucional se encuentra paralizado, sin planes, sin hoja de ruta, sin ninguna propuesta que hacer que la calle pueda entender.»
La «calle» es importante para estos unilateralistas: es donde se deciden las cosas a golpe de cóctel, y no de los que se toman en las terrazas.
Este «cierre de la vía del diálogo» que cree ver le llena de optimismo porque «nos devuelve, como proyecto y como pueblo, al punto original del movimiento». Ese punto, al parecer, se remonta a 2003: «El engaño de Zapatero con el estatuto es el engaño de Pedro Sánchez con la mesa de diálogo y el autoproclamado gobierno más progresista de la historia. Y ambos engaños conducen al mismo lugar: hace falta la independencia.»
Aunque no disculpa su torpeza, habría que subrayar que cuando Rodríguez Zapatero dijo «apoyaré el Estatuto que apruebe el Parlamento de Catalunya», seguramente no pensaba que se toparía con un texto que desbordase tanto la Constitución.
El semáforo de la discordia
En Barcelona ha aparecido un semáforo que no está doblado al catalán. Lo ha denunciado la Plataforma per la Llengua y ha causado sensación en las redes. Pone: «Pulse el botón». Y en la pantalla aparece: «Espere verde». Sin duda, mensajes de corte autoritario que rezuman rancio españolismo.
El Ayuntamiento ha dicho que no se trata de un nuevo modelo sino de la sustitución provisional de un semáforo estropeado; en cuestión de días vendrá el definitivo.
Mientras tanto, los celadores de la lengua alzan el grito tuitero: «No es un error, un descuido, es una intención.» «Qué puedes esperar de esta chusma que manda en Barcelona». «El precio que paga Colau para mantenerse en la silla, españolizar Barcelona cada vez más. Barceloneses, estáis durmiendo!!».
En el semáforo advierten un gran significado político: «El voto de Valls fue a cambio de esto y muchas otras cosas. No era un cheque en blanco». «Está declarando la guerra al catalanismo. ¿Nos quedaremos de brazos cruzados?»
Hay quienes enseguida ofrecen soluciones: «Con un martillazo, se soluciona rápidamente.»
Y quien se pone profundo: «Que nuestro ayuntamiento intente eliminar el catalán de nuestras vidas, no puedo entenderlo.»
Un fino analista, refiriéndose a la alcaldesa, afirma: «Sabe que recibirá todos los votos castellanos que no sean de derechas y [de] algunos novatos catalanes que no quieren aceptar que estamos en guerra de culturas.»
También hay los que se lo toman a cachondeo: «Maldición!!! Va a morir gente atropellada por no entender lo que pone en el botón!!». «Confinemos la ciudad como castigo ejemplar.» «Los catalanes pasaremos cuando nos dé la gana. Hala».
Sólo uno se pregunta si hacía falta poner un texto. Porque a estas alturas todo el mundo entiende los colores rojo y verde, los símbolos de avanzar y estar parado, y cómo hay que pulsar un botón. Tal vez sí hacía falta cuando diseñaron ese semáforo, allá por los años 60.