Están dando mucho que hablar las protestas madrileñas contra el Gobierno. En el Ara, Joan B. Culla se remonta a Agustín de Foxá y su novela Madrid, de Corte a checa, publicada en 1938, para ilustrar el momento actual:
«Creo que sería un error creer que las protestas en cuestión expresan sólo fatiga después de tantas semanas de reclusión, la impaciencia de unos segmentos sociales de alto poder adquisitivo, ansiosos por retomar las costumbres del aperitivo diario o la comida en el restaurante. La extrema derecha de Vox no ha ocultado su implicación en el estímulo de las manifestaciones y caceroladas, que ve como un trampolín de crecimiento electoral en unos barrios que le son especialmente propicios. Por su parte, el Partido Popular de Díaz Ayuso no puede dejar un caladero de votos tan rico abandonado en manos de la competencia de los de Abascal, y además encuentra en la agitación en el barrio de Salamanca un apoyo -modesto, pero mediáticamente muy visible- a su discurso sobre la conjura socialcomunista urdida desde la Moncloa para arruinar Madrid a base de no dejar pasar la Comunidad Autónoma a la fase 1 del desconfinamiento. En fin, desde el boletín electrónico de la FAES, sesudos colaboradores del think tank de Aznar comparan el confinamiento con un secuestro a manos de ETA, y agitan el espantajo de una reforma constitucional inspirada por Sánchez e Iglesias que liquidaría la monarquía, abriría las puertas al separatismo y sustituiría el actual modelo económico liberal-capitalista por uno decididamente «chavista».
Y Sebastià Alzamora hace extraños paralelismos entre los Jordis y los Borjamaris:
«Los borjamaris que invaden las calles de los barrios «buenos» de Madrid, armados con palos de golf y banderas rojigualdas, nos mueven a risa porque el humor es una de las principales defensas que tenemos contra el asco y la repugnancia. Pero el mensaje que lanzan estas invasiones no es nada cómico: con la excusa de protestar contra la gestión de la pandemia por parte del gobierno de Pedro Sánchez, salen a recordarnos a todos quiénes son los dueños de España. Quién manda aquí de verdad. Y una manera de demostrarlo es que, mientras el principal argumento para mantener a Sánchez y Cuixart en prisión son las imágenes en las que se les ve subidos a un coche de la Guardia Civil, estos ciudadanos alineados con el españolismo de ultraderecha se saltan todo un estado de alarma mientras la policía se limita a aconsejar amablemente que circulen y no se aglomeren».
Están a un párrafo de pedir que se aplique el estado de excepción en Madrid y que se detenga a los manifestantes por sediciosos.
Madrid, cuna del fascismo
En vilaweb.cat, Pere Martí aprovecha para seguir manteniendo la tesis que el independentismo no despertó al fascismo, como si cualquier fenómeno histórico no fuera siempre el efecto de una diversidad de causas.
«La motivación de los ultras no es el independentismo catalán, es el rechazo a la democracia, el mismo que han mantenido siempre después del franquismo, que se ha ido camuflando bajo diversas siglas: Alianza Popular, PP, Ciudadanos o Vox. Los manifestantes del barrio de Salamanca no salen contra la independencia, sino movidos por su ADN totalitarista, que no han perdido nunca. Son los hijos y los nietos de ilustres apellidos franquistas, como Queipo de Llano, quienes capitanean las protestas, porque sus padres y abuelos nunca han sido juzgados por los crímenes que cometieron y se sienten impunes».
Pere Martí parece dar por bueno un bulo que atribuye a Sonsoles Queipo de Llano y Álvarez de Toledo un protagonismo en las protestas madrileñas, que ya ha sido desmentido por la misma Sonsoles.
Cuánto dan de sí esas protestas, vistas desde la infalibilidad independentista. El problema de España, sostiene Martí, es que el cambio de régimen, aquella suave evolución, no exenta de violencia, desde una dictadura a una democracia, se cerró en falso.
«El problema es que ni el PSOE ni el PCE-Podemos no les plantaron cara cuando tocaba, desde la transición hasta octubre de 2017. La aplicación del artículo 155 y el encarcelamiento de los dirigentes independentistas ayudaron a degradar la democracia española, pero la izquierda española cerró filas con la derecha o cerró los ojos. Y ahora los tienen desfilando en la calle de Ferraz y ante sus chalets en Galapagar, porque el fascismo no tiene suficiente. Madrid no fue la tumba del fascismo, como decía la propaganda republicana, sino su cuna, y lo sigue siendo».
La guerra civil, todavía
Vicent Partal –Si esto es ser guerracivilista – también denuncia a «la izquierda que rechazó la ruptura al final del franquismo, se lo tragó todo por el camino y suscribió la pervivencia maquillada del régimen». Qué fácil parece todo al cabo de cuarenta años.
No es la menor de las paradojas del independentismo la coexistencia de dos afanes incompatibles: el de la secesión de Cataluña y el del cambio de régimen en España.
«Yo aspiro a cambiar la historia. Y no creo, ni voy a aceptar nunca, que la derrota de 1939 sea irreversible o tenga que ser eterna. Y si esto es ser «guerracivilista» estoy encantado de serlo. Si dicen que yo quiero que la mal llamada guerra civil termine definitivamente con la derrota certificada de los franquistas, pues sí. Quiero exactamente eso. Y por eso aspiro a conseguir que un día no muy lejano un nuevo régimen político sea instaurado, gracias a la ruptura con el actual, para permitirnos así una vida mejor a todos, rompiendo con la pesada y persistente legitimidad del primero de octubre de 1939. Y como creo que esta ruptura es imposible en España, tal como se demuestra desde hace ochenta años, estoy convencido de que ahora hay que hacerla desde la periferia, y por partes».
¿España, primero rota, y después roja? ¿Está diciendo que España hay que romperla para más adelante, ya se verá, ir reuniendo los fragmentos dispersos?