Michel Houellebecq en una reciente entrevista a France Radio declaraba que la pandemia sólo ha hecho que agudizar, para mal, tendencias presentes en nuestra sociedad desde hace tiempo. El autor destacaba el creciente aislamiento de las personas asociada a la tecnología y la drástica reducción de los contactos humanos. También alerta de la inexorable decadencia de Europa, aunque , como dice, tampoco es una primicia.
Otra tendencia que va a salir reforzada, también para mal, es la del estado sobreprotector que, bajo la excusa de nuestra salud, pretende regular nuestra vida hasta detalles grotescos y cuyo efecto no será otro que hacer una sociedad más conformista, más controlada, más dependiente, menos dinámica. La pandemia ha servido para fomentar al máximo el miedo como forma de control. El creciente intervencionismo del estado no sólo en la regulación de la economía o del orden público sino en la vida cotidiana de los ciudadanos tiene multitud de manifestaciones y conforman una sociedad con aversión al riesgo, lo que conlleva una pérdida de dinamismo individual y social que las próximas generaciones pagarán caro. La sobreprotección , que se expresa en una proliferación de normas que coartan la iniciativa y libertad individual es propia de una sociedad opulenta, y hasta un determinado punto, puede ser socialmente justa, pero a partir de su exceso sólo servirá para acelerar la decadencia de las sociedades occidentales en general y de las europeas en particular.
Los jóvenes no tienen ni una vida peor, ni menos expectativas que la mayoría de generaciones anteriores
Mucho se habla de las escasas expectativas de futuro de las generaciones más jóvenes, se entiende que los occidentales, en otros lugares de la tierra o no tienen ninguna, como siempre, por ejemplo en gran parte de Africa, o han mejorado ampliamente sus expectativas como en todos los países que se han beneficiado de la globalización desde China a la India por poner dos ejemplos indiscutibles. Pero incluso en Occidente, en España por concretar, la afirmación es una verdad relativa. Los jóvenes no tienen ni una vida peor, ni menos expectativas que la mayoría de generaciones anteriores. Lo que si que hay es una acomodación a la abundancia, una renuncia al riesgo, al esfuerzo, que la sobreprotección, y los valores dominantes promovidos por el estado y la familia, no hacen más que agravar.
Dice Jordan B. Peterson en Doce reglas para vivir ( editorial Planeta) » Si se nos sobreprotege, fracasaremos cuando surja algo peligroso, inesperado y cargado de oportunidades, tal y como acabará ocurriendo de forma inevitable». Desde otra perspectiva Spinoza, nada radical , afirma » Quien pretende determinarlo todo con leyes, provocará más bien los vicios, que los corregirá»-. La pandemia, más allá de las lecturas políticas y económicas, tiene una vertiente social muy negativa: la inoculación del miedo en la sociedad por parte de los poderes públicos. Un fomento del miedo, que se nos vende por nuestro bien, pero que no es inocente, pues tiene beneficiarios políticos, económicos y corporativos. Y las generaciones con miedo no harán más que perder bienestar material y psicológico.