Una entrevista a Javier Cercas, domingo en el Periódico, desató las fácilmente desatables iras de Pilar Rahola, quien en un tweet, lanzó, dirigiéndose a él y a Miquel Iceta, que se había limitado a citar la entrevista, un «dais asco» que ya tiene su sitio en el muro de la vergüenza de los insultos independentistas.
Ara només espero que us trobeu amb algun familiar dels milers de morts per la pandèmia. No li aguantareu la mirada. Foteu fàstichttps://t.co/7e4G8wio1V
– Pilar Rahola (@RaholaOficial) May 3, 2020
El escritor ha cometido el ultraje de decir que «esta crisis [la de la pandemia] es terrible, pero me afecta menos de lo que me afectó aquello [los hechos del otoño de 2017]». Está hablando en primera persona, está exponiendo sus sentimientos; pero parece que ya no hay sólo opiniones independentísticamente correctas sino también sentimientos que hay que tener y sentimientos que uno no puede tener bajo ningún concepto.
Aun siendo una breve entrevista y no un ensayo biográfico, no se puede decir que no quede claro lo que dice: «Me tocó profundamente. Cambió la visión de lo que había sido mi puñetera vida. Cuando la Historia en mayúsculas llega, se mete dentro de casa y te cambia a ti y a la relación con la gente».
Como Pilar Rahola marca estilo, Agustí Colomines, en el Nacional, glosa el «dais asco» y se recrea en la inmoralidad de Cercas, Iceta y Colau.
«Un escritor obsesionado con la unidad de España y que cada vez es más ultranacionalista, es ovacionado en las redes sociales por un político tan trastornado como él por la unidad de la patria».
¿Y Colau? Porque quería organizar un concierto de autobombo y no le salió bien la jugada, algo que se sale bastante del tema pero a Colomines no le importa si puede rellenar el artículo con un enemigo más.
Nadie recordaría que en su juventud militó en Bandera Roja, si no fuera por la facilidad con que apela al boicot al discrepante: «Que Cercas sea un insensible con las víctimas de la pandemia puede ser castigado por el público decente dejando de comprar sus libros».
Esa insensibilidad es una premisa sencillamente falsa. En esa misma entrevista, Cercas afirma: «Algunos días, la ratio de muertos en España ha sido muy superior a la de la guerra civil. Y eso ocurre a tu alrededor, y sabes que tendrá consecuencias económicas terribles. La incertidumbre genera miedo, y el miedo es lo más peligroso del mundo. Walter Benjamin decía que la felicidad consiste en vivir sin temor. Eso ahora no es posible».
Pero asimilar un defecto moral, la indecencia, al comprador de una novela nos retrotrae a visiones del mundo y regímenes despóticos que parecía impensable que renacieran entre nosotros, y lleva a preguntarnos qué clase de literatura, de historia, de prensa podría existir en una república gobernada por iluminados de esta calaña.
Elecciones catalanas, cuanto antes
En una entrevista a Marta Rovira en Ràdio4, donde reconoce, por si alguien lo dudaba, que «la crisis de la pandemia no ha cambiado nada, es decir no ha resuelto el conflicto político con el Estado español ni tampoco ha resuelto la problemática o la situación que había con un gobierno en la Generalitat de Cataluña que acababa de convocar unas elecciones y además fundamentadas sobre la base de un no entendimiento o de una ruptura, y esto se tendrá que asumir más pronto que tarde». En realidad, no las había convocado sino que el presidente Torra había anunciado que las convocaría en cuanto el Parlament le aprobara el presupuesto, algo que ya ha sucedido.
Sin negar la prioridad de la cuestión sanitaria, afirma que pronto habrá que «tomar decisiones claramente ideológicas» y que «tendremos que volver a hablar de donde estamos».
Denuncia el «clima de deslealtad» que existe con sus socios de gobierno, poniendo como último ejemplo las discrepancias entre el presidente y el vicepresidente del Parlamento, Roger Torrent (ERC) y Josep Costa (JxCat): parece pues que sólo las urgencias de la pandemia impiden que acabe esta legislatura catalana.
Respecto a la prórroga del estado de alarma que hay que votar esta semana en el Congreso, la postura es más bien que no, y a causa del «abuso de la centralización» que ha cometido el Gobierno. Aunque puede que sólo sea un argucia negociadora.
El Estado no es el remedio para todos los males
A propósito del reforzamiento del Estado nación a consecuencia de la presente crisis, Albert Branchadell, en el Ara, en Canvis que la pandèmia accelera, apunta que eso viene de antes:
«El Brexit, que es quizá la manifestación más reciente de este retorno, habrá culminado en 2020, pero tiene su origen en una promesa hecha por David Cameron hace muchos años -2013 para ser exactos- y responde a un mar de fondo que ya se podía detectar en 2010 cuando el entonces líder de la oposición conservadora flirteaba con un referéndum sobre el Tratado de Lisboa. Pero en este nuestro siglo XXI lo primero que hirió mortalmente el proceso de integración europea fue el rechazo de la Constitución europea por parte de franceses y holandeses del norte en sendos referendos celebrados en 2006″.
Este retorno del Estado como principal actor político se produce, paradójicamente, en un momento en que aparece como demasiado débil para evitar una pandemia -y aquí cita a Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, que manifestó: «Ningún país de la UE puede superar esta crisis por sí solo»-, lo que lleva a Branchadell a esta oportuna reflexión:
«Sorprende que se hayan oído tantas voces que sugieren abiertamente o insinúan que una unidad aún más pequeña como es Cataluña, dotada de las competencias y los recursos que España le niega, habría podido esquivar la pandemia».
Cataluña es un país donde las paradojas, los contrasentidos y las inconsecuencias se superan por el simple procedimiento de evitar reflexionar sobre ellos.
Tal vez predicando en el desierto, Branchadell concluye que «una de las cosas que seguramente cambiará esta crisis es el proyecto de estado nación del mainstream independentista y, en general, las expectativas que tienen los catalanes sobre la plena soberanía: Si tener un estado propio no protege de un virus, no hay que abandonar la aspiración a tener un estado, ciertamente, pero quizá sí conviene dejar de ver el estado propio como el remedio que cura todos los males».