En los años 70 sucedieron cosas extraordinarias. El PSOE abandonó el marxismo y muchos carlistas se mostraron partidarios del socialismo autogestionario. A su cabeza, por sorprendente que pueda parecer, el propio rey Carlos Hugo de Borbón-Parma. El refundado Partido Carlista ha sido, desde la transición, irrelevante a efectos electorales, pero conserva una cierta vitalidad. El peso de la historia y la rememoración de glorias pasadas animan a una escasa pero entusiasta militancia. Manejan conceptos en principio ajenos a las ideas tradicionales, como federalismo, autogestión, socialismo sin por ello renegar de Zumalacárregui ni de Cabrera. En paralelo, se mantienen los que, apegados al integrismo católico, se cobijan en el partido Comunión Tradicionalista Carlista, que está tendiendo lazos con Vox, y en la Comunión Tradicionalista, el reducto de Sixto Enrique de Borbón-Parma, hermano de Carlos Hugo y muy hostil a sus ideas, como se pudo comprobar en los incidentes de Montejurra en 1976, donde hubo dos muertos -una herida aún no cicatrizada que hace difícil la superación de las diferencias entre las distintas facciones-. El Partido Carlista llegó a formar parte de la federación Izquierda Unida en 1986, pero los comunistas los echaron enseguida. Carlos Javier de Borbón-Parma, el rey actual, hijo de Carlos Hugo, en una entrevista a la Vanguardia, en 2016, a la pregunta de a qué se dedica, respondió: «Fomento la economía circular, sostenible. Se trata de producir riqueza sin menoscabar el medio ambiente y la justicia social.»
Un rosario de buenos deseos ante un gobierno que inicia su andadura con pocos apoyos y malos presagios; al menos, no parece que deba temer por una carlistada a corto plazo.
Ahora, en una carta datada en La Haya el 12 de enero, Carlos Javier aporta sus ideas ante el nuevo gobierno de coalición social-comunista que preside Pedro Sánchez. En primer lugar, toma posición decididamente a favor de la ortodoxia europeísta: «Junto con Portugal ( ) se percibe cada vez más como posible formar una gran alianza en una apuesta común, Europa» y «convertirnos en un tercer pilar que, con Alemania y Francia, podamos avanzar en la tarea y hacer frente ( ) a fenómenos como el Brexit, la inconsistencia actual de Italia y al cada vez más presente distanciamiento de los países de la llamada «Europa Oriental» respecto del concepto y espíritu de la Unión Europea.» En segundo lugar, aunque no muestra un apoyo decidido, sí ve con buenos ojos la coalición porque «pone fin a la incertidumbre que se vivía de no contar con un gobierno al frente de nuestro país, situación que ha provocado una desaceleración económica y una polarización extrema de la opinión pública». Pasa por alto la responsabilidad que pueda tener el presidente Sánchez en esa incertidumbre. Asimismo, valora que el nuevo gobierno «ha prometido diálogo con la Generalitat de Cataluña», ya que «la vida de los pueblos se cimienta en el pacto y, frente al anhelo legítimo de los mismos, no podemos caer en la politización de la justicia ni en la judicialización de la política». Bellas palabras pero que no aclaran cuándo deja un anhelo de ser legítimo ni las consecuencias que tiene para un Estado pasar por alto su propio ordenamiento jurídico.
Finalmente, llama la atención sobre dos temas políticos muy de actualidad: el «reto ecológico y, no muy separado de éste, el reto demográfico que presentan muchos territorios de nuestras Españas», y apoya «la apuesta decisiva» del nuevo gobierno por hacerles frente. Apuesta que está más bien anunciada que concretada, más allá de la segura subida de todos los impuestos. En definitiva, un rosario de buenos deseos ante un gobierno que inicia su andadura con pocos apoyos y malos presagios; al menos, no parece que deba temer por una carlistada a corto plazo.