El próximo día 27 está convocada una manifestación liderada por SCC y que cuenta con el apoyo masivo de todas las organizaciones constitucionalistas en Cataluña. No ha sido una convocatoria fácil. Primero por qué la oposición al nacionalismo independentista es muy plural. De un lado al otro del arco político. Desde nacionalistas españoles hasta catalanistas culturales cómodos con su triple identidad catalana, española y europea. Monárquicos y republicanos. Ciudadanos que no se definen por su lugar de nacimiento, sus antepasados o su lengua sino por su calidad de seres humanos habitantes del planeta tierra. No es extraño que esta suma de diferentes sólo se movilice en defensa propia, cuando se encuentra entre la espada y la pared. En segundo lugar porque el constitucionalismo carece de la capacidad de encuadramiento del nacionalismo que controla el tejido asociativo, la mayoría de municipios, la administración pública en general. Ello hace más difícil, pero más libre cualquier movilización. En tercer lugar existe el natural temor que aparezcan los boicoteadores violentos que han saqueado la ciudad y que llevan muchos años haciendo escraches, con absoluta impunidad a los disidentes indefensos que carecen de escoltas armados para escapar de sus acosadores. Espero que el Presidente del Gobierno haya tomado nota y que empatice más a partir de ahora con aquellos catalanes que sufren diariamente, por ejemplo padres y niños que han tenido que aguantar de todo o irse de Cataluña por el pecado de pedir un 25% de las materias escolares en su lengua materna. La defensa del catalán, mi lengua materna, no tiene nada que ver con imponer el monolingüismo en la escuela por cálculos políticos de adhesión al independentismo
La manifestación es imprescindible para defender la libertad individual y colectiva
Se han superado las dificultades porqué la manifestación es imprescindible para defender el estado de derecho y la libertad individual y colectiva. Para defender la dignidad de Cataluña. Para defender su prosperidad y reclamar una convivencia en paz. Un pueblo que se somete unánime a los designios de sus dirigentes es un pueblo indigno. Frente a eso no caben equidistancias por mucho que se presenten como moralmente superiores y que en realidad encubren a privilegiados no exentos de talento para arrimar el ascua a su sardina.
Algún lector quizás considere que la acusación de fascismo para describir lo que pasa en Cataluña es excesiva. ¿Cómo deben calificarse quienes acosan y señalan a los disidentes, ponen banderas de partido en los edificios públicos, organizan marchas de antorchas o imitan a Mussolini, quienes no respetan las leyes, quienes fomentan grupos de choque para alterar el orden público, homenajean a fascistas confesos como los hermanos Badía, organizan manifestaciones desde el poder perfectamente encuadradas y uniformadas, quienes controlan la sociedad civil con subvenciones y comisarios políticos, quienes califican a quienes no piensan como ellos o no hablan su lengua de bestias con forma humana o colonos, quienes tienen como aliados a los xenófobos o iliberales de toda Europa?
Que restablezcan la democracia en Cataluña, que dejen de actuar como un régimen totalitario
Pero, descargada la ira, debe imponerse la ética de la responsabilidad sobre las emociones. Por eso no pediré que la manifestación se dirija a la plaza San Jaime, para ocupar el Palau de la Generalitat, lo más parecido en Cataluña al Palacio de Invierno , ni que se responda con odio al odio. Al contrario debe pedirse convivencia y reconciliación , pero desde la afirmación de que todos los catalanes somos libres e iguales. Sin aceptar volver a agachar la cabeza. Está en juego la libertad, la prosperidad y la dignidad de los catalanes y de Cataluña. Las calles no son suyas, Cataluña no es suya. Son de todos. Toca salir a la calle para demostrarlo.